POSTULADO A
BEATO
EL estupor por el paso de Dios,el postulador
de la causa de beatificación cuenta la historia que ha abierto el camino del
fundador de la pequeña obra de la divina providencia,giovanni cobeddu
Luis Orione nació en 1872 en Pontecurone, pueblo de la
provincia de Alessandria, entre Tortona y Voghera, y murió en San Remo el 12 de
marzo de 1940. No hay ámbito en el que su caridad no llegara a tocar y aliviar
la pobreza del cuerpo y del alma, en Italia y en América, del sur y del norte,
pero también en Inglaterra y Albania. Basta pensar, por ejemplo, en cuántos
desgraciados recogió en sus Pequeños Cotolengos. Su biografía está llena de
páginas que dan consuelo y resplandencen de humildad («una de las gracias que
el Señor me ha dado es la de haber nacido pobre»).
El pasado 7 de julio, presente el Papa, fue promulgado el
decreto que reconoce un milagro, el segundo, ocurrido por intercesión del beato
Luis Orione. Esto abre el camino a su canonización.
Para hablar de esto hemos entrevistado al sacerdote Flavio
Peloso, secretario de la Pequeña obra y postulador general.
FLAVIO PELOSO: En 1998 nuestra congregación me nombró
postulador general. En el otoño de ese año hablé con una señora, Gabriella
Penacca, que me contó el caso de su padre, un amigo de nuestra obra religiosa.
La historia había ocurrido hacía ocho años, y hasta entonces nadie había sabido
nada. Por la seriedad de la persona y el carácter de su narración me pareció
que el episodio era digno de atención. Así que la escuché (y el médico de
familia, con quien hablé después, me confirmó los hechos).
En octubre de 1990 este anciano señor, Pierino Penacca,
residente en Monperone, diócesis de Tortona, ve que al toser pierde sangre, y
después de un análisis en el hospital de Alessandria, los médicos le
diagnostican un carcinoma pulmonar. La familia va a Milán para realizar otras
pruebas, esperando que el diagnóstico fuera mejor, pero la salud del hombre
empeora y a finales de noviembre tiene que ser ingresado en el hospital San
Raffaele de Milán. Los nuevos exámenes confirman la sospecha de carcinoma, y el
31 de diciembre se disipan las dudas. Los médicos deciden mandar a casa a
Penacca porque es anciano y su estado de salud no puede tolerar la
quimioterapia o la radioterapia, y también porque el tumor pulmonar todavía no
es radiológicamente notable. Aconsejan asimismo que se le permita al paciente,
fumador empedernido, fumar en paz sus últimos cigarrillos para no hacerlo penar
inútilmente, y evitar todo ensañamiento terapéutico. Les dicen a la familia que
se pongan en contacto con un médico experto en terapia del dolor, desde ese
momento hasta sus últimos días.
Todo esto se le comunica oralmente a la hija de Penacca,
Grabriella, la tarde de 31 de diciembre, en el San Raffaele.
¿Qué dijo en ese momento su fuente?
PELOSO: Podemos imaginarnos su desconsuelo. Pero se lo
guarda para ella. Y cuando unas horas después su padre se queda dormido, baja a
la capilla del hospital, para un momento de oración, de intimidad con el Señor.
Siente al mismo tiempo desesperación y confianza. Es el momento más intenso de
coloquio con el Señor y con el padre Orione que esta señora recuerde, y con el
que relaciona todo lo que pasó luego. Llevaba consigo un pequeño cofre con una
reliquia del beato Orione, le confía a él y al Señor su causa y sale de la
capilla con la certeza interior de que va a ser escuchada.
La ciencia se había parado allí, aquella tarde del día de
Nochevieja en el San Raffaele, pero ya habían comenzado las oraciones: de sus
otros dos hijos, Isaura y Fiorenzo, de los minusválidos de Seregno y de algunos
sacerdotes amigos. También pidieron por él otros parientes y los minusválidos
del Pequeño Cotolengo de Seregno, porque este señor era un benefactor suyo. Y,
por supuesto, también Penacca rezó.
El 11 de enero Penacca sale del hospital sin que le hayan
hecho ninguna terapia. Desde esa fecha su salud da señales de mejoría, así que
el 15 de enero, como todos los años, se va a la playa de San Bartolomeo, en
Liguria, para oxigenarse un poco, porque era un gran fumador.
La familia pensaría que eran sus últimos días.
PELOSO: Pero Penacca luego sanó. Cuando interrogué al
“médico del dolor”, con el que la familia se había puesto en contacto, me dijo
que no sabía bien lo que había pasado, y que de todos modos el enfermo nunca
había necesitado sus servicios. Los hijos de Penacca comenzaron a mirarse a la
cara, «papá está bien…» (tuvo que volver a hacerse análisis, tacs, exámenes
citológicos, y no había ni rastro de la enfermedad), y desde entonces
comenzaron a sospechar y a tener la silenciosa certeza de que era una gracia
del beato Orione. De todo esto el señor Pierino no supo nunca nada; para no
angustiarlo y entristecerlo le habían ocultado siempre la gravedad de su
estado.
¿Creyó usted desde el principio en esta historia?
PELOSO: Durante la fase de la investigación diocesana, como
postulador recogía todos los testimonios e informes médicos escrupulosamente. Y
me fui convenciendo de que lo que decía la señora Gabriella Penacca sobre la
intercesión del beato Orione podía tener su fundamento. Los papeles pasaron
luego, como de costumbre, a la Congregación para las causas de los santos. La
primera comisión médica pidió más documentación, y luego la atención y el
examen de los médicos se centró en el análisis de la sangre. Al final, el 16 de
enero de este año, la comisión médica declaró con veredicto unánime que el
señor Penacca había tenido un carcinoma, cuyo retroceso no era imaginable. Las
únicas medicinas que Penacca había tomado mientras tanto eran las del corazón y
el aerosol para el asma, la comisión, por tanto, afirmó unánimemente que el
retroceso de la enfermedad «no puede explicarse en términos médicos».
Basándose en esto, la comisión teológica analizó la
secuencia cronológica entre el diagnóstico de la enfermedad, la oración de
intercesión y la curación; estudió el juicio de la ciencia de que era un caso
inexplicable; comprobó si de verdad la invocación tenía que ver con el hecho
inexplicable y a quién había sido dirigida dicha invocación. La comisión de
teólogos votó, también por unanimidad, que se trataba de un milagro. La sesión
ordinaria de los cardenales y obispos del pasado 3 de junio, tras volver a
examinarlo todo, ante la pregunta de si había ocurrido un milagro por
intercesión del beato Orione, respondió «adfirmative», afirmativamente, por
unanimidad.
Oficialmente es un caso aclarado. Pero, ¿qué le dijo
específicamente su primer testigo?
PELOSO: La señora Gabriella me habló de su desesperación
cuando se dio cuenta de que su padre iba a morir, y que descubrió en esos
momentos qué es lo que significa la presencia de un padre. No era una niña,
cuando sucedió todo esto tenía más de cincuenta años. Le pidió a Dios que le
mostrara su paternidad y dejara que su anciano padre viviera. Le pidió la
gracia al beato Orione: «Siempre has sido uno de casa, y ya has salvado a mi
padre durante la guerra, intercede para que obtengamos esta gracia». Y su
confianza fue total. Me dijo que había sentido una sensación de paz, «me ocupo
Yo de tu padre». Luego, después de pedir la intercesión en la capilla del San
Raffaele –¿cuánto duraría? ¿Veinte minutos, media hora?– subió a las
habitaciones –era Nochevieja– y de acuerdo con las enfermeras se disfrazó y fue
a felicitar a todos los enfermos y darles bombones y champán, porque se sentía libre
y contenta.
¿Por qué pidió precisamente la intercesión del beato Orione?
La ceremonia de beatificación de Luis Orione el 26 de
octubre de 1980
PELOSO: En esas zonas de Alessandria y del Pavese el beato
Orione es un personaje que vive en el corazón de la gente. Penacca lo había
conocido y recordaba cuando en los años treinta Orione había visitado también
su pueblo recogiendo ollas de cobre usadas para fundirlas y realizar la estatua
de la Virgen de la Guardia, que ahora resplandece, con sus 14 metros de altura,
en la torre del santuario.
El episodio que marcó su devoción al beato Orione sucedió
durante la Segunda Guerra Mundial, en 1940. Penacca era de 1912 y, como todos
los quintos de ese año, fue reenganchado. Se sintió perdido, porque tenía una
situación familiar precaria, su mujer estaba enferma, sus padres eran ancianos,
tenía que mantener a sus tres hijos y a los cuatro de un hermano suyo que había
fallecido joven. ¿Qué sería de los suyos si él se iba? El padre Orione había
muerto el 12 de marzo de ese año, y Penacca decidió pedirle la gracia. Fue a
rezar a su tumba, en el santuario de la Virgen de la Guardia, en Tortona. El
hecho es que, sin que Penacca lo hubiera solicitado, el jefe militar local lo
separó de los otros quintos y le encargó la defensa antiaérea de Tortona, así
que no tuvo que irse. Los otros reclutas fueron enviados al frente ruso, y de
los de Tortona no regresó ninguno. Después los de la antiaérea vieron que
Pierino sabía tocar los instrumentos de viento y lo pusieron de trompeta. Así
«al final no disparé ni un tiro», recordaba, y cuando hacía falta podía ir al
pueblo a ayudar a su familia. Penacca consideró todo esto como una gracia y
desde entonces llevó en su cartera la estampa del beato Orione. Cuando los
suyos, preocupados por su salud, le reprochaban que fumaba mucho, él les dejaba
hablar, pero luego, tranquilo, sacaba su cartera y mostraba la imagen del beato
Orione, como diciendo «dejarlo ya, yo le tengo a él». Lo mismo hizo Pierino en
1990, cuando no se encontraba bien: «pero luego mejoré». Penacca no volvió a
pasar ni un día en un hospital hasta su último ingreso y muerte, ocurrida en
febrero de 2001 por causas totalmente ajenas al tumor.
También su mujer había conocido al beato Orione. Ella era
del campo de Tortona y trabajaba como obrera. Durante las fiestas el beato
Orione solía ir a visitar las fábricas y así fue como lo conoció, uego se lo
contaba a sus hijos.
Hablaba usted antes de las oraciones de los minusválidos.
PELOSO: También pidieron la intercesión del beato Orione los
desafortunados del Pequeño Cotolengo de Seregno, los “buenos hijos”. Allí
Pierino llevaba desde hacía tiempo primicias, cajas de frutas y hacía otras
obras de beneficencia. Tenía una relación fraterna con uno de los asistentes de
este Instituto, Ennio, persona de gran fe y generosidad. Como era un amigo de
confianza, Ennio fue el primero que supo de los vómitos de sangre que Pierino
había ocultado durante tiempo; se dio cuenta de la gravedad del síntoma y le
obligó a decírselo a su familia para curarse. Cuando los primeros resultados
confirmaron el tumor, no dudó en pedir ayuda al beato Orione mediante la
invocación de los “buenos hijos”: «Teníamos reliquias del beato Orione con las
que rezábamos. Rezamos mucho con los jóvenes minusválidos del Pequeño
Cotolengo. Y luego sentí en mí como una seguridad: tranquilo, todo se
arreglará». Eran discapacitados mentales, sobre todo adultos, pero no eran
incapaces de tener fe y de comprender ciertas cosas.
¿Cuál es la experiencia de un postulador?
PELOSO: He estudiado mucho la vida del beato Orione, he
escrito sobre ella, la he difundido porque es un bien para todos… me ha
sorprendido y me he sentido agradecido por tener la suerte de poder ayudar a
este reconocimiento del milagro. Sentía una gozosa pasión en todo esto y
también cierto temor de no hacer todo lo suficiente para revelar una maravilla
que, tras las primeras investigaciones, comprendí que se trataba de un milagro.
Mis últimas dudas sobre la autenticidad del milagro se disolvieron durante la
fase diocesana del proceso. Al principio yo era el más cínico. No quería hacer
un mal papel ni hacerle perder tiempo y dinero a mi congregación. Ese momento
pasó, y seguí adelante.Ahora, si miró atrás, si pienso en todas las investigaciones, los documentos, en todas las explicaciones minuciosas, veo surgir más claramente ese instante en que la ciencia se detuvo –los médicos le habían dicho a la familia que se lo llevaran a casa porque no merecía la pena intentar ninguna terapia– y, en cambio, la vida de Pierino Penacca continuó. En ese instante –estoy convencido después de muchas pruebas objetivas– Dios pasó, y en este caso el beato Orione era quien claramente había movido su benevolencia. Al contarlo, parece increíble, pero es algo que no podré olvidar nunca.Asistir, tocar el paso de Dios en la vida es siempre motivo de gran estupor y también nos hace sentir indignos, pero luego hay que decir “es verdad, es realmente verdad”, aunque parezcamos ingenuos. Nuestro cerebro inconscientemente se rebela y no quiere admitir que no sucede lo que siempre ha sucedido, que no hay explicaciones naturales en un hecho que va contra las leyes de la naturaleza.
La Iglesia sigue queriendo que, en algunos casos, se estudien y se reconozcan los milagros. Es una práctica que hoy algunos critican. Cuando con fatiga trabajaba para llevar adelante la instrucción del milagro –hubiera preferido no tener que hacerlo, pues para mí el beato Orione era ya un santo– estaba convencido de que merecía la pena, para lograr el objetivo de presentar una señal de Dios que sobresale más allá de la naturaleza. Esto fortalece la fe.La Iglesia acoge y conserva con cuidado toda señal de Dios. En el caso nuestro, considera el milagro como un hecho de Dios que confirma el juicio humano sobre la santidad del beato Orione. Nosotros, de todos modos, debemos ofrecer a Dios nuestra fe, mirando a Jesucristo muerto y resucitado. Pero, de vez en cuando, ayuda a nuestra debilidad tener alguna señal como ésta.
Fuente 30 gioni :
giovani cabeddú
No hay comentarios:
Publicar un comentario