viernes, 12 de septiembre de 2014

RECORDAMOS A FRANCISCO DRZEWIECKI


Por Dios, por la Iglesia, por la Patria

Una carta fechada en Dachau del 13 de septiembre de 1942, y firmada por un oficial de las S.S., da cuenta de la muerte del padre Francisco Drzewiecki. En ella se decía, también, que habían sido enviados tres paquetes con sus efectos personales a doña Rosalía, la madre. Ese año en el campo de concentración de Dachau fue el tiempo del hambre, el año más duro que el clero hubiera recordado. Cerca de 500 sacerdotes polacos murieron aquel 1942. Uno de los métodos para eliminar a los reclusos era la llegada de "El Transporte de los Inválidos". Una comisión visitaba cada tanto la enfermería del "lager" y hacía la lista de los "inválidos a transportar". Les decían que los llevaban en el tren para una "mejor vida", pero todos sabían que el viaje terminaba en el horno crematorio. Cuando los nazis lo vienen a buscar, se despidió con gran entereza. En ese supremo y dramático momento, el padre Francisco demostró ser un pastor dispuesto a dar la vida por su rebaño.
Un compañero suyo, también clérigo orionino, Josef Kubicki, que sobrevivió al campo de concentración de Dachau, recuerda ese último encuentro: "El padre Drzewiecki me dijo: - ¡Adiós, José! Partimos.
Yo estaba tan abatido que no podía decir ni una palabra de aliento. Y el padre Drzewiecki continuó:
- José no te pongas triste. Nosotros, hoy, tú mañana...
Y con gran calma todavía pudo decir:
- Nos vamos, pero ofrecemos como polacos nuestra vida por Dios, por la Iglesia y por la Patria. Y no regresó nunca más".
Hoy, el padre Francisco testimonia el sufrimiento y martirio de millares de seres humanos. Y también la fe de tantos otros que, hasta el último aliento, se supieron hijos del Dios de la Vida.


Mártires polacos

El padre Francisco Drzewiecki fue beatificado por el papa Juan Pablo II en una ceremonia realizada en su tierra natal junto a otros 107 religiosos y laicos polacos.
Los nuevos mártires padecieron torturas, experimentos pseudo-médicos, hambruna y trabajos forzados, y murieron - la mayoría en diferentes campos de concentración- fusilados, ahorcados, decapitados, en las cámaras de gas, o como consecuencia de los malos tratos recibidos. De ellos, 3 eran obispos, 52 sacerdotes diocesanos, 26 sacerdotes religiosos, 7 hermanos, 8 religiosas, 3 seminaristas y 9 laicos, entre los que figura una viuda que pidió tomar el lugar de su nuera embarazada de ocho meses para salvar la vida de la madre y el niño.