«Don
Orione fue siempre de la Iglesia y del papa»
N
4 DEL 2004 REVISTA 0 GIORNI
Su fidelidad de niño al sucesor
de Pedro y su gran caridad asombraron a los pontífices que lo conocieron. A
algunos incluso antes de subir a la cátedra de Pedro. El prefecto de la
Congregación para las causas de los santos perfila la relación entre don Orione
y los papas del siglo XX
por el cardenal José Saraiva
Martins
Don Orione escribió en una hojita
de papel las palabras esenciales del epígrafe que le hubiera gustado para él.
Decía: «Aquí descansa en la paz de Cristo el sacerdote Luis Orione, de los
Hijos de la Divina Providencia, que fue todo y siempre de la Iglesia y del
Papa. Rezad por él» (Summarium, p. 978). Quien conozca aunque sólo sea un poco
la vida de aquel al que Juan Pablo II ha definido «una genial expresión de la
caridad cristiana», sabe que el amor filial al papa es la nota dominante y
caracterizante del santo cura de Tortona. «Mi fe es la fe del Papa, es la fe de
Pedro» (Scritti, 49, p. 116). Es su lección de vida, destinada no solo a los
orioninos, a los cuales les dijo: «Esta es la herencia que os dejo: que nadie
nos debe superar nunca en el amor y la obediencia, las más plena, la más
filial, la más dulce al Papa y a los Obispos» (Scritti, 20, p. 300). Pero su
franca y radical fidelidad al magisterio del papa, vivida abiertamente,
profesada y proclamada siempre, sobre todo frente a hechos y pensamientos que
la amenazaban, en vez de ser señal de fanatismo sectario, es condición para un
abrazo de caridad universal, es nota esencial de una espiritualidad abierta,
sin límites. Una fidelidad-unidad que no fue para don Orione freno en su
avance, «a la cabeza de los tiempos», como decía, sino garantía, punto de
referencia, «seguridad de pisar las sendas de la Providencia» (Scritti, 61, p.
215) con valor de pionero y clarividencia, en fronteras de acción no exploradas
todavía, en abrazos que parecían imposibles o incluso prohibidos, con algunos
hombres del modernismo y con personalidades de la cultura y de la vida pública
que seguían caminos de pensamiento y acción muy distintos de los de la Iglesia.
De hecho, con esta profunda
devoción al sucesor de Pedro, estuvo «al lado de los papas», de cinco papas.
Los cuales le llamaron en varias circunstancias y le confiaron cuestiones
espinosas y delicadas, y a los cuales don Orione prestó con inteligencia
servicios incluso muy personales y, a veces, heroicos. Tocando el tema de la
relación filial de don Orione con los papas, entramos en el núcleo de la
espiritualidad y de la historia de este humilde, singular y santo sacerdote. Y
leyendo sus biografías no es difícil captar algunos datos de su acción al lado
de los papas que subieron al solio de Pedro durante el siglo XX.
Don Orione nació en 1872, dos
años después de la toma de Roma, en la época de la desgarrada Cuestión romana y
del pontificado del beato Pío IX. No tuvo la ocasión de conocer personalmente a
ese Papa, pero percibió, en los años de su formación, el clima de conflicto que
lo rodeaba, como también la fuerte “piedad papal” difundida en amplios estratos
del catolicismo italiano
En 1892, clérigo de veinte años,
preparó una publicación, El mártir de Italia, con la que quería mostrar el
valor del Sumo Pontífice y denunciar las muchas falsedades ideológicas y
políticas cometidas contra su persona y su obra. «Pío IX», escribía don Orione,
«fue la figura más grande de nuestro siglo, el esforzado desenmascarador de la
revolución falseada en todas las formas, el amigo y el benefactor de los
pueblos, el invicto atleta de la verdad y de la justicia: sus obras serán
inmortales y su largo pontificado, de 32 años, formará en la historia de la
Iglesia y de la Patria una de las épocas más luminosas» (Messaggi di don
Orione, n. 102, p. 31).
En 1904 don Orione fue quizá el
primero que intervino ante el recién elegido Pío X para animarle a instruir la
causa de canonización de su predecesor: «Mi Beatísimo Padre, postrado a
vuestros pies benditos humildemente os suplico que os dignéis poner en marcha
la Causa del Santo Padre Pío IX y os animo a glorificarlo» (ibídem). La causa
se abrió y durante algún tiempo don Orione fue el vicepostulador.
El primer Papa que don Luis
Orione conoce personalmente es León XIII. El impulso y las ideas del papa Peci
en favor de una presencia menos defensiva y más emprendedora de los católicos
en la vida social inflamaron de altos ideales y de santos proyectos al joven
Orione, durante su época de formación en el seminario y del comienzo de su
nueva Congregación. No cabe duda de que la huella en don Orione de la
espiritualidad y de la acción pastoral marcadamente encarnadas en lo social
procede del magisterio y de las directivas de León XIII, con quien estaba en
gran sintonía. Rastro indeleble de esto quedó en las primeras constituciones de
su Congregación, elaboradas durante el pontificado de León XIII y al cual se le
presentaron en la memorable audiencia personal del 11 de enero de 1902. «Le
presenté la Regla –cuenta don Orione de aquella audiencia–; la bendijo, la
tocó, me puso más de una vez su mano sobre mi cabeza, dando golpecitos,
animándome; me dijo muchas cosas; también que pusiera en las Reglas lo de
trabajar por la unión de las Iglesias de Oriente: “Este, me dijo, es un
altísimo consejo mío”» (G. Papasogli, Vita di don Orione, pág 138).
Este compromiso ecuménico
insólito y profético a principios del siglo XX, es un fruto típico del hecho de
que don Orione estuvo efectivamente “al lado” del Papa, es decir, en sintonía,
devoto, listo para realizar las indicaciones pontificias. Sabemos que León XIII
fue muy sensible y activo por lo que concierne a las relaciones con las
Iglesias orientales. Es a partir de León XIII cuando podemos hablar de
“ecumenismo católico”. Pues bien don Orione, ya inflamado por la unidad de la
Iglesia, no había dudado en asumir también esta indicación ecuménica de León
XIII en sus constituciones y, después de la famosa audiencia, se declaró «feliz
y contento de no haber errado en los criterios constitutivos de la Regla»
(ibídem).1914. Don Orione, en el centro, con don Guanella (a su izquierda), al
final de una audiencia con Pío X
San Pío X fue sin duda el Papa
más determinante en la vida de don Orione, que decía: «El Santo Padre Pío X
será siempre nuestro Sumo Benefactor, nuestro Papa» (Scritti, 82, p. 98). Al
subir al solio en 1903, el patriarca Giuseppe Sarto eligió el lema “Instaurare
omnia in Christo”, que don Orione había elegido para su Congregación hacía diez
años. Esta fortuita coincidencia era señal de la afinidad espiritual de estas
dos grandes almas y tomará cuerpo en la sucesiva historia de sus relaciones.
Su primer encuentro tiene el
sabor de la leyenda. El patriarca Giuseppe Sarto había llamado a Venecia al
joven músico don Lorenzo Perosi, coetáneo y paisano de don Orione. Le honraba
con su amistad, le había invitado a comer varias veces y lo había tenido por
compañero en algunas partidas de cartas. El padre de Lorenzo, temiendo que el
cardenal viciara a su hijo, confesó sus temores a don Orione. Este, sin pararse
a pensar, escribió una carta al patriarca, rogándole que no encaminara al
prometedor “maestrillo” hacia la perdición. Enviada la carta, pensaba que su
“sermoncillo”, respetuoso pero audaz, se olvidaría pronto. Pero… lo escrito
queda. Cuando unos diez años después fue recibido por primera vez en audiencia
por el ex patriarca de Venecia, recién elegido Papa, se sintió desfallecer al
ver que el Papa sacaba de su breviario la famosa carta. Al santo Pontífice no
le había parecido mal; al contrario, le aseguró que había sido un bien: «Una
lección de humildad es buena también para el Papa», comentó (E. Pucci, Don
Orione, p. 71s.).
Sería largo enumerar los
servicios que don Orione prestó a Pío X y las demostraciones de confianza y
afecto de Pío X para con don Orione. Después de esa audiencia se instauró entre
el Santo Padre y el joven sacerdote tortonés un relación de confianza a prueba
de bombas. Don Orione aceptó sin vacilar mínimamente las incumbencias, a menudo
delicadas y difíciles, que le dio Pío X, como la de vicario general
plenipotenciario de la diócesis de Messina en los cuatro turbulentos años que
siguieron al terremoto de 1908, o la de continuar la acción del Pontífice
respecto a los modernistas, a menudo severa en nombre de la verdad, pero
siempre rebosante de caridad fraternal.
Por este acuerdo recto, leal y
discreto, que se estableció entre los dos santos, don Orione se encontró en
situaciones personales llenas de dificultades e incomprensiones. «¡Es un
mártir!», dijo Pío X de don Orione al final del periodo pasado en Messina
(Summarium, p. 524). Es significativo otro episodio de leyenda, pero verdadero
y dramático. Llegó un momento en que la relación de don Orione con los
modernistas que habían recibido censuras eclesiásticas infundió sospechas sobre
su plena ortodoxia. Pío X quiso ocuparse personalmente de la cuestión. Lo
convocó en audiencia sin motivo aparente, escrutó su rostro, escuchó con
atención sus palabras. En un momento determinado le pidió que se arrodillara y
rezase el Credo. «Estaban frente a frente el Supremo Pastor de la Iglesia,
inquieto por su responsabilidad –refirió luego el escritor Tommaso Gallarati
Scotti–, y don Orione, inocente, con la fe sencilla de su primera comunión,
pero que llevaba las tribulaciones y las culpas nuestras». Terminado el rezo
del Credo, tan devota e interiormente vivido, el rostro del Santo Padre parecía
tranquilizado. Y despidió a don Orione diciéndole: «Vete, hijo, vete… No es
verdad lo que dicen de ti» (Papasogli, p. 227).
También con Benedicto XV don
Orione tuvo muchos contactos personales. Del “Papa de la paz” secundó sobre
todo el programa del universalismo más decidido de la obra misionera. Se da en
estos años el valiente impulso misionero de la Pequeña Obra de la Divina
Providencia por los caminos de América Latina, del Oriente Próximo árabe y de
la Polonia cristiana mirando hacia Rusia. Él mismo estuvo en Brasil, Argentina
y Uruguay en 1921 y 1922. Al saber de la voluntad del Pontífice sobre la
Cuestión romana, escribió un valiente Llamamiento a los hombres de Estado para
que dieran «con valor un paso adelante» al fin de llegar a la solución
(Scritti, 90, p. 352). Benedicto XV le envió a don Orione, con motivo de sus 25
años de sacerdocio, un cáliz y una larga carta autógrafa, en la que le
reconocía el mérito de haber «dedicado todos estos años no sólo para ti, sino
para el bien común, con ventaja perenne de la Santa Iglesia» (Papasogli, p.
367).
La relación de don Orione con Pío
XI fue aún más plena de audiencias, coloquios e informes sobre misiones
confidenciales y delicadas, intensificadas por la confianza que lo unía al
cardenal Pietro Gasparri, Secretario de Estado. Por ejemplo, sólo recientemente
los archivos han dado a conocer el papel decisivo y discreto del santo tortonés
para poner en claro la historia de san Pío de Pietrelcina. Al final de una
difícil mediación de don Orione para evitar una iniciativa que podía menoscabar
el prestigio de la Santa Sede, Pío XI no dudó en comentar en una audiencia:
«Don Orione ha sudado sangre, pero ha dado consuelo al Papa» (Summarium, p.
894).
La razón unificante de muchos
episodios y acciones que ven a don Orione al lado de Pío XI es la voluntad de
favorecer el prestigio y la centralidad del papado, condición para que se
afirme una auténtica catolicidad eclesial, fuerza de cohesión del
universalismo, el único que habría podido valorizar el genio de los pueblos
salvándolos de las crecientes tentaciones nacionalistas.
En este marco hay que ver las
significativas y eficaces intervenciones de don Orione para desbloquear las
negociaciones que llevaron a la Conciliación entre Estado e Iglesia en Italia
en 1922. En la carta que escribió a Mussolini en 1923, le hacía comprender que
la verdadera conciliación que había que buscar era la conciliación entre
“romanidad ” y “universalidad” del papado que presuponían una autonomía y
libertad también política (cf. Messaggi di don Orione, 107, pp. 27-45). Esta
visión de la misión espiritual y civil del papado se expresaba, en aquellos
años de acentuados y peligrosos nacionalismos, en un clarividente profetismo:
«Veo venir los pueblos hacia Roma desde los cuatro vientos», escribía don
Orione. «Veo el Oriente y el Occidente reunirse en la verdad y formar los días
más hermosos de la Iglesia. Será una maravillosa reconstrucción, quizá la más
grande de las épocas, la pax Christi in regno Christi» (Scritti, 86, p. 102).
El cardenal Eugenio Pacelli había
conocido a don Orione en 1934, durante el viaje en nave de Italia a Buenos
Aires y en la sucesiva estancia en la capital argentina para las celebraciones
del Congreso eucarístico internacional. Fue elegido papa, con el nombre de Pío
XII, el 12 de marzo de 1939, un año exacto antes de la muerte de don Orione.
Hubo tiempo sólo para un saludo, cargado de aprensión por los vientos de guerra
que se desencadenaban. Fue casi un icono-testamento: don Orione al lado y “de
rodillas” a los pies del Papa. Era el 28 de octubre de 1939. El automóvil del
Papa se detuvo en la vía Appia –la “Patagonia romana” que Pío X había confiado
a los orioninos– volviendo de Castelgandolfo. Don Orione se acercó y se
arrodilló al lado, rodeado de sus hermanos de congregación y de 1200 alumnos
del Instituto San Felipe. El Papa se asomó. Don Orione le tomó la mano, la besó
y se la puso sobre su cabeza agachada con gesto humilde, agradecido, creyente.
Pío XII le dejó hacer y le bendijo amablemente (Papasogli, p. 494). Cuando,
después de pocos meses, el 12 de marzo de 1940, don Orione murió, Pío XII le
definió «padre de los pobres e insigne benefactor de la humanidad dolida y
abandonada» (Summarium, p. 86).
Podemos decir que don Orione
estuvo al lado también de los últimos papas que se han sucedido en la cátedra
de san Pedro, no sólo por la comunión que une la Iglesia, sino también por el
recuerdo que los papas han tenido de él.
Juan XXIII contó en varias
ocasiones su primer encuentro con don Orione cuando, al comenzar su servicio en
la Santa Sede, en los años 20, fue invitado a que se aconsejara con él. Fue al
Instituto San Felipe, fuera de la Puerta de San Juan. El portero del Instituto
le dijo que don Orione estaba en el patio. En un rincón, un grupo de chicos
jugaba con un sacerdote maduro en años. Este volvió la cabeza, se separó un
momento de sus amigos y preguntó: «¿Busca a alguien, monseñor?». «Sí, quisiera
hablar con don Orione», respondió monseñor Roncalli. «Don Orione soy yo. Espere
unos minutos, termino el juego, me lavo las manos y estoy con usted». Estas
palabras, dichas con tanta cortesía, con la mirada sonriente, impresionaron al
joven prelado de entonces, que desde hacía poco estaba en Roma procedente de su
Bérgamo natal y que por la noche escribió en su diario: «28 de marzo de 1921.
Lunes de Pascua. Esta tarde visité con Monseñor Guerinoni la iglesia y las obras
parroquiales de Todos los Santos, fuera de la Puerta de San Juan; conversé
largamente con don Orione, del que puede decirse: contemptibilia mundi eligit
Deus ut confundat fortia. Lo que en el mundo es necio, Dios lo ha elegido para
confundir a los fuertes (1 Cor 1, 27)» (Messaggi di don Orione, 102, pp.
46-48). Esta estima y amistad no menguó nunca. A Douglas Hyde, un periodista
inglés que le preguntaba sobre la cualidad sobresaliente en don Orione, el
entonces patriarca Roncalli le respondió: «Don Orione era el hombre más
caritativo que he conocido. Su caridad iba más allá de los límites normales.
Estaba convencido de que se podía conquistar el mundo con el amor» (ibídem, p.
4
También Pablo VI gozó de la
amistad y la colaboración de don Orione. Contó sus recuerdos durante una
audiencia pontificia. «Hemos tenido el gusto extraordinario de conocerlo
durante una visita a Génova», recordaba Pablo VI: «Habló con un candor tan
sencillo, tan sobrio, pero tan sincero, tan cariñoso, tan espiritual que tocó
también mi corazón, y quedé asombrado de la transparencia espiritual que
emanaba este hombre tan sencillo y humilde» (Audiencia del 8 de febrero de
1978). Ese encuentro le dio al joven monseñor Montini, en los años treinta, la
audacia de establecer una colaboración discreta y eficaz con don Orione para
una actividad muy delicada y benemérita: la asistencia a los sacerdotes en
dificultad –lapsi, como se les llamaba entonces– que había que socorrer y
encaminar al bien (Messaggi di don Orione, 105, pp. 66-71). La estima y la
devoción personal de Montini por don Orione continuaron hacia su Congregación,
a la que ayudó generosamente sobre todo durante su episcopado en Milán.
Juan Pablo I y Juan Pablo II no
conocieron a don Orione personalmente. El primero lo definió «el estratega de
la caridad», mientras que el actual Pontífice pudo beatificarlo al comienzo de
su pontificado y dos días después de la beatificación, recibiendo en audiencia
particular a sacerdotes, religiosas y devotos orioninos, sorprendió a todos
cuando confesó: «Pienso que este Papa venido de Polonia tiene también en el
paraíso un nuevo Patrono que intercede por él, y que – en la luz del Reino al
que pertenecemos y al que tendemos - sostiene su servicio, sus iniciativas y su
debilidad humana en este puesto en el que la Divina Providencia ha querido
ponerlo, al que ha querido llamarlo.Esta gran confianza mía en la intercesión
del beato don Orione deseo proclamarla delante de todos vosotros que sois sus
hijos e hijas espirituales, delante de todos vosotros que sois mis
compatriotas» (Audiencia del 28 de octubre de 1980).
Estos recuerdos históricos de la
excepcional solicitud de don Orione al lado de los papas nos ayudan a renovar
nuestro amor, nuestra devoción y nuestra fidelidad al papa. Que resuene aún el
apasionado mensaje de don Orione: «Nosotros tenemos que palpitar y hacer
palpitar miles de corazones en torno al corazón del Papa. Le debemos llevar
especialmente a los pequeños y a las clases de los humildes trabajadores, tan
amenazadas, llevar al Papa a los pobres, los afligidos, los desheredados, que
son los más amados por Cristo y los verdaderos tesoros de la Iglesia de
Jesucristo. De los labios del Papa el pueblo oirá, no las palabras que excitan
al odio de clase, a la destrucción y al exterminio, sino las palabras de vida
eterna, las palabras de verdad, de justicia, de caridad: palabras de paz, de
bondad, de concordia, que invitan a amarnos los unos a los otros, y a darnos la
mano para caminar juntos hacia un futuro mejor, más cristiano y más civil»
(Lettere, II, p. 490).
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