sábado, 21 de febrero de 2015

DON ORIONE Y LA CUARESMA I



Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo».
Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu. (Jn 19,25-30)

Perseguido y traicionado inicuamente, hasta la misma cruz, imploró a su Padre celestial, con gran voz, el perdón para los bárbaros que lo habían crucificado. El, que había ordenado a Pedro que envainara su espada, y que no derramó jamás la sangre de nadie, quiso derramar toda su sangre divina, y su vida, por los hombres, sin distinción de judío o griego, romano o bárbaro [cf Col 3,11; Gál 3,28; Rom 10,12]: ¡Verdadero rey de paz: Dios, Padre, Redentor de todos!
Quiso morir con los brazos abiertos, suspendido entre el cielo y la tierra, llamando a todos ‑‑ángeles y hombres‑‑  a su Corazón abierto, traspasado: anhelando abrazar y salvar en ese Corazón divino a todos, a todos, a todos: ¡Dios, Padre, Redentor de todo y de todos! Jesús no hizo construir para sí un mausoleo, como los antiguos reyes; pero por todas partes se ven casas consagradas a su memoria, en las grandes ciudades como en los pueblos pequeños. Y aún en lugares despoblados, entre las nieves eternas, se levantan ermitas ‑ humildes refugios muy parecidos a la gruta de Belén ‑ con una cruz que evoca la obra de amor y de inmolación de Nuestro Señor Jesucristo; ¡esa cruz habla a los corazones del evangelio, de la paz, de la misericordia de Dios por los hombres!...



No fueron los milagros ni su resurrección los que me conquistaron, sino su Caridad: ¡esa caridad que venció al mundo!
Don Orione