viernes, 13 de septiembre de 2013

BEATO FRANCISCO DRZEWIECKI Y 107 COMPAÑEROS MARTIRES

 
 
 
 
Testimonio de coraje y entrega
Por Carina Campo
Desde el pasado 13 de junio, cuando en Varsovia (Polonia) el papa Juan Pablo II proclamó beato a Francisco Drzewiecki, la familia orionita tiene un nuevo hijo reconocido como modelo e intercesor ante Dios.
El padre Francisco -que fue beatificado junto a otros 107 mártires polacos religiosos y laicos- murió el 13 de septiembre de 1942 después de tres años de prisión. Tenía sólo 34 años y seis de sacerdote, y desde temprana edad había manifestado su vocación religiosa.
De hecho, la familia Drzewiecki era originaria de Zduny, un antiguo pueblo de agricultores donde es muy tradicional la intensidad religiosa y patriótica, puesta de manifiesto -entre otras cosas- en un claro orgullo por su majestuosa iglesia gótica.
En este pueblo, el 26 de febrero de 1908 nació Francisco, hijo de Juan y Rosalía, quien pasó allí los primeros años de su vida en compañía de sus cuatro hermanos y sus seis hermanas. La vida de niño de Francisco era la normal de un ambiente familiar pobre, laborioso, unido y religioso. El pequeño se distinguía por su inteligencia y capacidad práctica. "Era tranquilo y educado. Estudiaba con voluntad. A la noche los niños rezábamos las oraciones con las manos juntas. No era necesario que nuestros padres nos lo recordaran", recuerda su hermana Ana. Y aún antes de ir a la escuela, ya había recibido una buena formación de sus padres. Ayudaba a sus hermanos menores y a la usanza polaca pastoreaba en el campo. Tal empeño práctico garantizaba una buena preparación a la vida de sacrificios.
Las circunstancias no permitieron que estudiaran todos los hermanos. En el año 1923 muere el padre y Francisco debe interrumpir sus estudios. La madre busca otra escuela y reconoce que su hijo se sentía llamado al sacerdocio.

En la casa de las misiones

Doña Rosalía -la mamá de Francisco- contaba abiertamente el problema que tenía al pensar en el futuro de sus hijos. Habiendo escuchado ésto, alguien le ofreció una buena solución: cerca de la ciudad de Zdunska Wola existía un colegio para niños dispuesto a aceptar a toda clase social.
Aquella información parecía una respuesta del cielo, y en especial de la Virgen, a la que la madre del futuro sacerdote orionino rezaba con devoción. Con una breve recomendación del obispo de la región en la que destacaba su religiosidad, diligencia y comportamiento, fue aceptado inmediatamente. Era el 1º de septiembre de 1924. Una nueva congregación todavía no conocida en Polonia -la Pequeña Obra de la Divina Providencia- hacía poco que había iniciado su actividad para los jóvenes más pobres. El director, P. Aleksander Chwilowiez, imitaba el ejemplo de Don Orione en favor de la vocación de los pobres y comenzó transformando una vieja taberna en un colegio de segunda enseñanza clásica con internado para favorecer una adecuada formación de los jóvenes.
En este entorno, Francisco maduró la idea de encomendarse a Dios. Y el 10 de diciembre de 1930, luego de seis años de colegio, hace su primera profesión religiosa.

Formación y trabajo

La congregación orionina en Polonia estaba, en los años 30, en pleno desarrollo: ampliación de la casa de Zdunska Wola, cocina para los pobres, oficina tipográfica, actividades pastorales, fundación de la parroquia y Pequeño Cottolengo en Wloclawek, obra caritativa en Izbicakjawska e instituto para los niños en Kalisz. Pero la prioridad era -sobre todo- el aumento de nuevas vocaciones religiosas.
Ya por entonces Don Orione hablaba con admiración de la labor de Francisco, quien en 1931 había terminado sus estudios de filosofía e iniciado los de teología. Entonces, los superiores deciden mandarlo a Italia para finalizar su formación.
Ya sacerdote, se le confía el cuidado de unos veinte "carissimi", clérigos de la institución empeñados en el estudio y el trabajo para la ampliación del edificio del "Pequeño Cottolengo " en Quatro-Castagna, Génova.
El padre Francisco se ganó pronto la estima y el afecto de los jóvenes por la nobleza de su trato, su calma y bondad: "Nuestro director era siempre rápido, vigilante con su presencia y bondad, era gentil, afable y reservado. Nos sentíamos naturalmente animados con su presencia siempre atenta y afectuosa", señaló uno de sus clérigos. Promovía y disfrutaba del espíritu de la familia y del Pequeño Cottolengo: "Tengo trabajo de sobra porque este año la familia del cottolengo aumentó y hay nuevas necesidades. Somos 150 personas. Estoy muy contento de encontrarme aquí, donde se hace la voluntad de Dios", le contó Francisco a un amigo en Polonia.
En el verano de 1939 retornó a Polonia para ayudar en la parroquia y en el Pequeño Cottolengo de Wloclawek y lo sorprendió el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Testigo fiel

El 14 de septiembre de 1939 los alemanes entraron en Wloclawek. Toda Polonia fue presa de la invasión nazi y en poco tiempo desaparecería literalmente del mapa de Europa.
La potencia bélica y la inaudita atrocidad perpetuada por los alemanes suscitaron pánico y consternación, obligando a la población a huir a cualquier refugio. Las calles estaban llenas de fugitivos. En Wloclawek, donde estaban los orioninos, los aviones bombardearon los principales objetivos. Del clero sólo quedaron cinco o seis sacerdotes que se refugiaron en los sótanos del seminario, para protegerse de las bombas.
Mucha gente se amontonó en el cottolengo: ¿cómo dejarlos sin atención? Las monjas orioninas y el padre Francisco se prodigaron para ofrecer ayuda, comida y refugio. "En los primeros días -escribió el joven sacerdote orionino- veíamos a los soldados polacos que escapaban, sufrían hambre. Ayudábamos a los heridos. Bajo la Iglesia había cien personas. Cada tanto, pasaban los aviones bombardeando, sembrando el pánico y ocasionando incendios, heridos y muertos. He tomado coraje y en bicicleta, trataba de ayudar a los heridos".
El padre Francisco no descansaba y confesaba al aire libre sentado en una piedra: "De día iba al bosque donde confesaba a los soldados bajo un pino. Una vez empezaron los bombardeos y yo levanté en mis brazos el cuadro de la Virgen. Ningún soldado resultó muerto, la Virgen nos había protegido".
En la madrugada del 8 de noviembre de 1939, todo los sacerdotes, los seminaristas y el obispo de la diócesis fueron detenidos y llevados a la cárcel, donde quedaron más de dos meses, luego de lo cual fueron trasladados a otra prisión en un viaje terrible sobre un camión descubierto con más de 20º bajo cero. El viaje concluyó en un convento de los salesianos, destinado por entonces a ser la cárcel del clero. Monseñor Sarmik quedó admirado por la serenidad, humildad y benevolencia del religioso orionino: "Ayudaba, trabajaba y nunca se lamentaba", comentó.
El 14 de diciembre de 1940 el padre Francisco llega a Dachau, un campo de concentración nazi, última etapa de su calvario. Le fue asignado el número 22.666 y le explicaron que de allí no saldría más porque la Gestapo (policía secreta de Hitler) había ordenado que "el clero y los judíos debían desaparecer".
El "lager" de Dachau era un enorme campo de trabajo para sostener la economía militar alemana, con turnos agobiantes de 15 horas diarias de tareas y en condiciones climáticas pésimas. En ese tiempo trabajaban allí 2.500 eclesiásticos.

Por Dios, por la Iglesia, por la Patria

Una carta fechada en Dachau del 13 de septiembre de 1942, y firmada por un oficial de las S.S., da cuenta de la muerte del padre Francisco Drzewiecki. En ella se decía, también, que habían sido enviados tres paquetes con sus efectos personales a doña Rosalía, la madre. Ese año en el campo de concentración de Dachau fue el tiempo del hambre, el año más duro que el clero hubiera recordado. Cerca de 500 sacerdotes polacos murieron aquel 1942. Uno de los métodos para eliminar a los reclusos era la llegada de "El Transporte de los Inválidos". Una comisión visitaba cada tanto la enfermería del "lager" y hacía la lista de los "inválidos a transportar". Les decían que los llevaban en el tren para una "mejor vida", pero todos sabían que el viaje terminaba en el horno crematorio. Cuando los nazis lo vienen a buscar, se despidió con gran entereza. En ese supremo y dramático momento, el padre Francisco demostró ser un pastor dispuesto a dar la vida por su rebaño.
Un compañero suyo, también clérigo orionino, Josef Kubicki, que sobrevivió al campo de concentración de Dachau, recuerda ese último encuentro: "El padre Drzewiecki me dijo: - ¡Adiós, José! Partimos.
Yo estaba tan abatido que no podía decir ni una palabra de aliento. Y el padre Drzewiecki continuó:
- José no te pongas triste. Nosotros, hoy, tú mañana...
Y con gran calma todavía pudo decir:
- Nos vamos, pero ofrecemos como polacos nuestra vida por Dios, por la Iglesia y por la Patria. Y no regresó nunca más".
Hoy, el padre Francisco testimonia el sufrimiento y martirio de millares de seres humanos. Y también la fe de tantos otros que, hasta el último aliento, se supieron hijos del Dios de la Vida.

Mártires polacos

El padre Francisco Drzewiecki fue beatificado por el papa Juan Pablo II en una ceremonia realizada en su tierra natal junto a otros 107 religiosos y laicos polacos.
Los nuevos mártires padecieron torturas, experimentos pseudo-médicos, hambruna y trabajos forzados, y murieron - la mayoría en diferentes campos de concentración- fusilados, ahorcados, decapitados, en las cámaras de gas, o como consecuencia de los malos tratos recibidos. De ellos, 3 eran obispos, 52 sacerdotes diocesanos, 26 sacerdotes religiosos, 7 hermanos, 8 religiosas, 3 seminaristas y 9 laicos, entre los que figura una viuda que pidió tomar el lugar de su nuera embarazada de ocho meses para salvar la vida de la madre y el niño.