Buenos Aires, 7 de agosto de 1935, San Cayetano.
A mis amadísimos sacerdotes e Hijos en Jesucristo.
¡La paz este con ustedes! - En estos días en que los sé reunidos en los Santos Ejercicios, siento particularmente la necesidad de encontrarme con ustedes, mis amados sacerdotes, y detenerme sobre un punto que respecta a la santificación de nuestras almas, para mayor gloria de Dios: el cumplimiento y la observancia de todo aquello que se refiere a nuestra vida de religiosos y a nuestra regla. Y digo que todo debe ser hecho para mayor gloria de Dios, según la gran expresión de San Pablo:
"Omnia in gloriam Dei fácite" (1 Cor. 10, 31)
Mas, in primis, me agrada hacerles saber que estoy muy contento con ustedes, por la obediencia a Don Sterpi y el apego sincero y fuerte a la Congregación. No puedo decirles que consuelo es y ha sido para mí. Sé que allá se trabaja con buen espíritu, sé que afrontan trabajos y cumplen sacrificios no indiferentes, por el amor de Dios, de la Santa Iglesia y de nuestra Congregación, así que se podría decir muy bien de la totalidad de ustedes, que son los faquines de Dios. ¡Oh cuánto le agradezco y bendigo al Señor por esto! ¡Y cómo les agradezco también a ustedes de corazón!
Hoy es San Cayetano, el Santo de la Divina Providencia, que vivió una vida apostólica activísima y la Iglesia lo llamaba "Venator animarum". Coraje, mis amados hijos, somos también nosotros ¡"cazadores de almas"! Roguemos incesantemente y en humildad de espíritu; liberémonos siempre más de las pasiones; esforcémonos cada día más por caminar por el sendero de los santos, sigamos detrás de los ejemplos y los pasos de los santos, por el camino que fue abierto por Jesucristo y seremos también nosotros apóstoles y conquistadores de almas.
Si, en estos ejercicios, damos un golpe de hacha a la raíz de las pasiones y de la envidia, si nos mantenemos fuertes en la batalla, no hay duda que veremos auxilium Domoni super nos, y llegaremos a la santidad. Dios no deja que seamos probados sobre nuestras fuerzas, pero hará que en la batalla tengamos la ayuda y la asistencia de su gracia, para que podamos sostener como soldados y fuertes en Cristo, los combates del enemigo y vencerlo por la divina potencia de Cristo. Y no solo vencerlo, sino acrecentar nuestro fervor, nuestras virtudes y nuestro amor a Dios y a las almas, para hacernos aptos para salir a la conquista de los pueblos con caridad fraterna, viviendo humildemente, caritativamente, apostólicamente, en la pobreza, el sacrificio y la santa leticia en el Señor.
Así, oh amados míos, como vivió San Cayetano de Thienes, como lucharon, vencieron y vivieron todos los santos. Ellos como vivían la verdadera y perfecta caridad de Cristo, no se buscaban a sí mismos, mas solamente deseaban que todo se hiciera y redundara para la gloria de Dios: ad maiorem Dei gloriam! No se vieron a sí mismos, mas solo vieron a Cristo para amar y almas para salvar, sólo ardieron y se consumieron de caridad por la Santa Iglesia y por las almas.
Así debemos ser nosotros, oh mis sacerdotes e hijos: lámparas equipadas de buen aceite, aceite de piedad; lámparas ni vacías ni apagadas, sino que ardan y brillen y se consuman arrojando a todos y en todas partes luz de fe, ardor y fuego de divina caridad.
¡Oh el gran fervor de los santos! ¡qué competencia de virtudes! ¡qué flor de disciplina! ¡qué respeto y obediencia, qué amor, en todos aquellos que Dios ha llamado a vida de perfección, como nos ha llamado a nosotros, oh hijos míos, y qué amor, en todos, a su santa regla!
¿Y nosotros? Vamos, hagamos también nosotros así, como ellos lo hicieron. Sólo así cumpliremos nuestra vocación, oh mis amadísimos sacerdotes, nos salvaremos, no sólo eso, nos haremos santos de verdad y nos haremos santos así y como lo desea el Señor de nosotros - o sea amando tiernamente a nuestra Congregación y observando las constituciones de la misma.
La Congregación se ama de verdad y se ama tanto, si se aman de verdad y se practican, con diligencia y buen espíritu, sus reglas.
Cada regla es grande, pero nuestra pequeña y naciente Institución - también porque está aún en los comienzos y en el período de fundación, de su formación- exige un mayor fervor, y una observancia verdadera no puramente material, sino de corazón: exige arranque espiritual y santo en todas las reglas, también en las más pequeñas.
Es grande también y, diría, singularísima nuestra responsabilidad, oh mis amados sacerdotes, pues todos aquellos que vendrán nos mirarán, pues somos las primeras vocaciones en orden de tiempo: ellos se formarán sobre nuestro ejemplo.
Oh mis amados, recordemos con frecuencia el fin por el cual hemos venido a la Congregación. ¿Por qué hemos abandonado el mundo? San Bernardo se decía asiduamente a sí mismo: "Bernarde, ad quid venisti?" ¿Tal vez hemos venido para hacer una vida cómoda? ¿para hacer nuestra voluntad y vivir como queramos? ¿tal vez para hacer vida libre, para tener conexión con las criaturas? ¿para cultivar sentimentalismos y pasiones morbosas?
¿O no hemos venido en cambio para seguir más de cerca a Jesucristo, dejando el mundo con sus lisonjas y vanidades? ¿Para vivir la vida de los consejos evangélicos, en gran humildad y obediencia, en la pobreza, como pobrenació, vivió y murió Nuestro Señor Jesucristo? ¿En la pureza y santidad de vida? Por lo tanto pureza es santidad y Jesús es el Cordero de Dios, que se nutre de lirios.
¿No hemos venido para seguir la voz de la celeste vocación y asegurarnos así nuestra salvación eterna? Tal vez no hemos deseado secundar la invitación de Jesús, que dijo: "¡Quien desee venir detrás de mi, reniegue de sí mismo, abrase su cruz cada día y sígame!".
Sí, oh hermanos, recordémoslo bien y recordémoslo siempre: nosotros nos hemos hecho religiosos para abandonar el mundo; nosotros, volviendo la espalda al mundo, hemos entendido y deseado vivir en Dios, ser no hombres seculares, sino hombres de Dios, verdaderos siervos y seguidores de Jesús, imitadores de Cristo. Haciéndonos Hijos humildes de la Divina Providencia, nosotros hemos entendido vivir una vida de fe y de caridad y hacernos amadísimos del Papa y de esa Santa Iglesia Romana, que sola es Madre y Maestra de todas las Iglesias, que sola es guía veraz, infalible de las almas como de los pueblos, así en el dogma como en la moral cristiana, única depositaria de las sagradas Escrituras, única y sola intérprete de las sagradas Escrituras, únicas depositarias de la tradición apostólica y divina.
A esta santa Madre Iglesia y a su Jefe, único y universal, Pastor de los pastores, Obispo de los Obispos, Vicario único y sólo en la tierra de Jesucristo, al Papa, yo y ustedes nos hemos entregado en vida y muerte, para vivir de su fe, de su amor, de su plena obediencia y disciplina, con dilección plena, filial, sin secundar a nadie.
Nuestra tarea espacialísima es hacerlo conocer, es hacerlo amar, especialmente por el pueblo y los hijos del pueblo; ¡es vivir a sus pies y anhelar y esforzarnos para conducirlos a todos, más que a sus pies, a su corazón de padre de las almas y de los pueblos! Entonces nos hemos consagrado a Jesucristo, al Papa, a la Iglesia, a los Obispos para darles a ellos amor, ayuda, consuelo, como siervos e hijos humildísimos y devotísimos, con voluntad decidida, irrevocable, de sacrificarnos todos por ellos, de inmolarnos por el Papa y por la Iglesia, viendo en el Papa a Jesucristo mismo y en la Iglesia a la esposa mística de Cristo, la obra y el Reino visible de Cristo sobre la tierra; y así llegar a tener coronam vitae et sempiternam felicitatem. Con nuestro holocausto, con nuestra consumación por el Papa y por la Iglesia, no deseamos nada más que llegar a atraer a los humildes, a los pequeños, a las turbas del Papa y a la Santa Iglesia: deseamos unificarlos a todos en Cristo en el Papa y en la Iglesia.
Ahora, oh amados míos, en estos Ejercicios, ustedes y yo debemos reequiparnos de aceite, refortalecernos, reanimarnos en la renovación religiosa de nuestra vida espiritual; debemos volver a ver el fin por el cual hemos venido a la Congregación, recordar el objetivo preciso que se ha prefijado nuestra Congregación. Y proponernos, cada uno de nosotros, ser o volver a ser tales de responder a la gracia de nuestra especial vocación y a la meta que la Pequeña Obra de la Divina Providencia se ha propuesto alcanzar, y esto nosotros debemos hacerlo cueste lo que cueste ayudados por la gracia divina, usque ad mortem et ultra!
Por eso debemos querer la más exacta y devota observancia de las Constituciones, no deteniéndonos en la letra, sino viviéndolas al pie de la letra, exactamente, y, sobre todo, en el espíritu.
Oh qué hermoso y dulce es vivir juntos, como verdaderos hermanos, como humildes, píos, verdaderos religiosos; ¡vivir juntos la vida de la piedad de la templanza, del trabajo, observando las reglas, devotos, unidos, compadeciéndonos recíprocamente, dándonos mutualmente un buen ejemplo de edificación!
¡Ah, amados míos, si amamos a Dios y a la Iglesia, si amamos a nuestra alma y el bien y el futuro de nuestra Congregación, cuidemos, en nosotros sobre todo, la observancia de las reglas y atengámonos en todo a la regla! Mantengamos firme la mano en el arado, seamos fieles y firmes en los santos propósitos y votos, seamos perseverantes y vayamos adelante, viviendo el verdadero espíritu y la vida de la Congregación, como fervientes religiosos, como verdaderos hijos, puros, humildes, pobres, simples, caritativos de la Divina Providencia.
Hemos puesto la mano en el arado: que ninguno de nosotros se vuelva atrás, por amor de los parientes o del mundo; que nadie se pierda detrás de los afectos, de la carne y de la sangre; que nadie vaya a terminar en el mundo falaz y engañador, pues se encontraría muy mal en el momento de morir. Nos costará sacrificios, nos costará esfuerzo, nos costará penas, hambre, sed y tal vez humillaciones, resistir y estar fieles más, más aunque nos costara la vida, que nadie deje la vocación: Dios nos ayudará!
"Maneamus in vocatione, que vocavit nos Dominus; et satagamus, ut, per bona opera vocationem et elecionem nostram certiorem faciamus. Namquod Deus avertat -, si nos posuérimus manum ad aratrum et respexérimus retro, apti nom erimous Regno Dei".
Y, no sólo, no dejemos la vocación, sino vivámosla! La vocación no la viven seguramente los tibios, los descuidados, los que están lejos del espíritu y de la vida mortificada, humilde, activa de la Congregación, no la vivirían los divagantes por ideas y sentimientos seculares, no dignos de buenos religiosos, los relajados o aquellos que huyen de la observancia de las reglas, que huyen de la mirada de los superiores. Debemos vivirla, como religiosos en serio, como religiosos que deseamos de verdad santificarnos y santificar a las almas, como religiosos que saben abnegarse y vencerse a sí mismos, como religiosos que sepan observar las sagradas promesas y los votos con los cuales se han dado y consagrado al Señor
Recordemos, en estos días y siempre, que la vocación debe vivirse y actuarse y que esto es un deber de conciencia, recordemos que seremos de más provecho cuanto más hayamos sabido vencer nuestra tibieza; recordemos que sin fuerza de ánimo, no hay virtud. Jesús dijo: "Regnum coelorum vim patitur": el reino de los cielos, entonces, lo conquista sólo quien sabe hacerse violencia, quien sabe vencerse y renegar a sí mismo, con la ayuda de Dios y orando. Recordemos aún que, quien practica la oración, mantiene la vocación, va adelante y se perfecciona en la virtud y llega a hacerse santo, o sea a un gran amor a Dios; mas quien no lo hace fallará y traicionará su vocación miserablemente.
Por otra parte, se pretenderá ir al paraíso en carroza? No nos hemos hecho religiosos para pasarla bien, sino para hacer los méritos necesarios para la eternidad; para seguir a Cristo en la renegación cotidiana de nosotros, para abrazar, por el amor de Dios, nuestra cruz, o sea para padecer con Jesucristo aquí, para triunfar mañana, con Cristo, en el más allá. La observancia de las reglas, por otra parte, cuesta esfuerzo, sobre todo en quien las observa con poco gusto, en quien hace las cosas a la bartola, sólo por hacerlas -cuando no puede evitarlas-, en quien tiene el espíritu adormecido y lánguido, en quien ama vivir sin disciplina, y se encuentra inquieto, porque no está en orden con su conciencia ni con el Señor ni con los superiores; mas en los diligentes, en quien ama verdaderamente a Dios y al bien de su alma, en quien ama de verdad a Jesús, a la Iglesia, a la Congregación, y los ama no mezquinamente, sino con el corazón grande, con gran generosidad, sin límite y como deben ser amados, la observancia de las reglas se hace suave: "Iugum meum suave est, et onus meum leve"; es un peso ligero.
Animo, entonces, y adelante! Adelante in Domino en el santo camino por el cual ya pasó Jesucristo, ya pasaron los Santos y algunos de nuestros hermanos sacerdotes, Hijos no indignos de la Divina Providencia, los cuales nos han precedido a la patria celestial y a la futura corona sempiterna.
Y en el caso que hubiésemos disminuido la marcha, entorpecidos en la carrera a Cristo y por Jesucristo, admone te -me dice a mí y a cada uno de ustedes la Imitación de Cristo-, ádmone te, éxcita teípsum: reprochémonos nuestra pusilanimidad, nuestra frialdad, nuestro andar lento e incierto, nuestros ondeos en la vida religiosa, sacudámonos
Excita teípsum! Despertémonos nuevamente, sacudámonos, sin tanta indulgencia y falsa piedad de nosotros. Humillémonos delante del Señor: no nos envilezcamos: humillarse sí, envilecerse no, nunca! Levantemos los ojos y el corazón a nuestra Madre, la Santísima Virgen, invoquémos, la, prometámosle amar más y mucho, pero mucho y mucho, a su Divino Hijo, Nuestro Señor, y a Ella, nuestra Santa Madre y a la Iglesia y a la Congregación. Y digámosle también que deseamos ir al Paraíso con Ella, que, por el amor de Dios y de Ella, queremos ser como Jesús nos quiere, deseamos por el gran bien que nos espera afrontar todo sacrificio, gozar de toda tribulación, desear cada cruz, confiados en la ayuda del Señor y de la mano materna de Ella, de María Santísim
San Francisco de Asís decía: "Bendito sea el religioso que observa sus santas reglas! Ellas son el libro de la vida, la esperanza de la salvación eterna, el meollo del Evangelio, la verdadera vía de la perfección, la llave del Paraíso, el pacto de nuestra alianza con Dios
Oh mis hermanos religiosos, sean particularmente más bendecidos todos ustedes cuanto más observen la Santa Regla. Mas yo no deseo concluir, oh queridos y amados hijos en Cristo, sin decirles que, se me han amado en el pasado, quieran ahora seguir amándome en el Señor en el futuro, precisamente haciendo resplandecer en ustedes y en cada casa la perfecta observancia.
Vuestro Padre en Jesucristo está lejos. Denme, cada día más, esta gran consolación, y de observancia empéñense para que todos crezcan en el espíritu de fe, de piedad, de humildad, de caridad, de las constituciones.
Yo, no se los puedo ocultar, sufro, y mucho, por estar lejos, ni puedo decirles cuánto he sufrido en este último año. Por todo agradezco y bendigo al Señor; estoy tan contento y feliz de poder padecer alguna tribulación, y le ruego a Nuestro Señor que me haga padecer más, pero que me asista con su santa gracia
Si por lo menos se me diera la oportunidad de reparar de algún modo mis frialdades, ingratitudes a Dios y pecados! Dios me va separando de esta tierra y de mí mismo. No deseo nada más que amar a Jesús, a la Virgen, a la S. Iglesia y servir, como el último de todos, a nuestra amada Congregación, hasta que tenga un respiro de vida
Rueguen por mí; yo por ustedes, oh mis amadísimos sacerdotes, rezo a toda hora. Deseo apurar mi regreso, pero nada puedo decirles de positivo. Pienso que Nuestro Señor me desea aún aquí por algunos meses para consolidar las Instituciones comenzadas y me parecería bien propagar a nuestra Congregación también en otros estados de Sudamérica: ustedes me comprenderán sin que me explique más. Aquí he encontrado mucha confortación y también ayuda: dejar ahora todo aquí, mitad hecho y mitad por hacer, no sería serio y no debe hacerse.
Pienso también que, a mi edad, una vez que parta, será difícil que pueda volver. Pero, es conveniente, frente a los benefactores y conocidos de Italia, dejar esperar un regreso, aunque no próximo, por lo menos lejano. Por la gracia de Dios, allí lo tienen a Don Sterpi, por el cual todos tenemos plena estima y confianza. Ayúdenlo lo más que puedan! Escúchenlo, obedézcanle, estréchense todos, oh mis sacerdotes, alrededor de El; rueguen por El, como por mí; confórtenlo en el mejor modo. Sé que él se ocupa de ustedes y del bien de nuestra amada Congregación.
Si la Congregación tiene que pasar pruebas y días dolorosos -por permisión de Dios-, ustedes estréchense mucho alrededor de don Sterpi y de nuestros sacerdotes más ancianos, en un corazón y en un alma sola, como se lee en San Lucas - Actas de los Apóstoles_ que los primeros sacerdotes hacían. De todos modos, estén ahora y siempre con todo aquello que la Iglesia dispondrá de nosotros, sus humildísimos y obedientísimos Hijos, y oren! Recordemos que a Jesucristo se lo ama y se lo sirve en la cruz y crucificados, y así a la Santa Iglesia.
Que Ella con Jesús y María Santísima, sean siempre nuestro más grande y supremo amor
En estos Ejercicios, oh mis sacerdotes, hermanos e hijos, hagan de cuanto les he escrito, la más firme y eficaz resolución a los pies del altar y en el altar, y manténganse constantes en la vocación y en estos santos propósitos hasta la muerte.
Y concluiré con las palabras de Don Bosco a los Salesianos en su testamento: "Vigilen y recen. Y hagan que ni el amor del mundo, ni el afecto a los parientes, ni el deseo de una vida más cómoda los muevan al gran desatino de profanar los sagrados Votos y así transgredir la profesión religiosa, con la cual nos hemos consagrado al Señor. Que nadie vuelva a tomar lo que le ha dado a Dios". Y vuelvo a repetirles con él, que fue confesor y guía: "Si me han amado en el pasado, sigan amándome in Domino en el futuro con la exacta observancia de nuestras constituciones."
Y ahora adiós, mis queridos hijos! No pudiendo ir yo para la Virgen de la Guardia, les mando a ustedes a Don Juan Penco, Superior General de la Congregación de San Pablo (Obra Cardenal Ferrari). El llegará el 20 de agosto a Nápoles con el "Neptunia", y el 29 estará con todos ustedes en la fiesta de la Guardia, en Tortona. Es un querido y santo amigo. Les llevará mi carta, escrita con gran apuro antes de que él parta. Se la he dado a bordo cuando fui a saludarlo y le he dado también un abrazo in ósculo sancto, para que lo lleve a Don Sterpi y en El, a todos ustedes. Yo haré la novena de la Guardia de aquí y estaré con ustedes, con todo el corazón y con toda mi alma.
Y ahora recemos y vayamos adelante haciendo el bien, comenzando por estos Santos Ejercicios.
Gratia et benedictio Domini Nostri Jesu Christi sint semper nobiscum!
Sac. Juan Luis Orione
de los Hijos de la Divina Providencia