
FOTOS:por las calles de Buenos Aires, Santísimo Sacramento, durante el Congreso Eucarístico Internacional
.y las Fuerzas Armadas comulgando durante el Congreso.

«El decenio entre el ’30 y el’40 es el período de transición hacia la madurez religiosa del catolicismo argentino», según la opinión del historiador Juan Carlos Zuretti. (1)
Después del Congreso Eucarístico Internacional de 1934
En esta “transición hacia la madurez religiosa”, el Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires de 1934 puede ser considerado como el acta de nacimiento de la Iglesia argentina moderna.
Además de haber sido un gran acontecimiento, el Congreso Eucarístico fue sobre todo un símbolo. Un multitud superior a todo cálculo participó en las solemnes celebraciones públicas, ante la monumental cruz erigida en el imponente escenario de los Jardines de Palermo; 1.200.000 personas, el 60% de los habitantes del “foco laicista” - como era considerada Buenos Aires -, se acercaron a la Eucaristía6 (2). Fue una afirmación pública de la identidad cristiana de este pueblo; un triunfo y una sorpresa para el clero y la jerarquía católica, que recuperaron el coraje; y una advertencia para el anticlericalismo, que de un momento a otro tuvo que reconocer su impopularidad.
A partir de aquel «contarse delante de la Eucaristía», surgió un plan pastoral de conjunto, que ya existía a grandes rasgos pero ahora volvía a lanzarse en forma concreta. En reacción a la política laicista, que negaba expresamente la dimensión institucional de la fe, se asumió como opción pastoral de conjunto la «institucionalización de la fe». La Palabra, la Liturgia y el testimonio de la caridad debían crecer particularmente en su dimensión institucional. De esta manera, la Iglesia podía realizar mejor su labor como educadora de civilización. Los objetivos de la opción pastoral de conjunto se proyectaron en tres direcciones: «sacramentalizar, enseñar y ganar la calle». «Ganar la calle» significaba «salir», «ir al pueblo». Se pedía al clero y al laicado que se hicieran ver y escuchar, que se dieran a conocer y estuvieran más cerca del pueblo, como los apóstoles después de Pentecostés, en vez de refugiarse tímidamente en el cenáculo o de resignarse a estar preocupados sólo de la propia barca. Fuente Don Flavio Peloso Revista Criterio
Además de haber sido un gran acontecimiento, el Congreso Eucarístico fue sobre todo un símbolo. Un multitud superior a todo cálculo participó en las solemnes celebraciones públicas, ante la monumental cruz erigida en el imponente escenario de los Jardines de Palermo; 1.200.000 personas, el 60% de los habitantes del “foco laicista” - como era considerada Buenos Aires -, se acercaron a la Eucaristía6 (2). Fue una afirmación pública de la identidad cristiana de este pueblo; un triunfo y una sorpresa para el clero y la jerarquía católica, que recuperaron el coraje; y una advertencia para el anticlericalismo, que de un momento a otro tuvo que reconocer su impopularidad.
A partir de aquel «contarse delante de la Eucaristía», surgió un plan pastoral de conjunto, que ya existía a grandes rasgos pero ahora volvía a lanzarse en forma concreta. En reacción a la política laicista, que negaba expresamente la dimensión institucional de la fe, se asumió como opción pastoral de conjunto la «institucionalización de la fe». La Palabra, la Liturgia y el testimonio de la caridad debían crecer particularmente en su dimensión institucional. De esta manera, la Iglesia podía realizar mejor su labor como educadora de civilización. Los objetivos de la opción pastoral de conjunto se proyectaron en tres direcciones: «sacramentalizar, enseñar y ganar la calle». «Ganar la calle» significaba «salir», «ir al pueblo». Se pedía al clero y al laicado que se hicieran ver y escuchar, que se dieran a conocer y estuvieran más cerca del pueblo, como los apóstoles después de Pentecostés, en vez de refugiarse tímidamente en el cenáculo o de resignarse a estar preocupados sólo de la propia barca. Fuente Don Flavio Peloso Revista Criterio