lunes, 5 de diciembre de 2011

EL SANTO DE LO IMPREVISTO II

En el terremoto modernistaEn la madrugada del 28 de diciembre de 1908 un terremoto destruye completamente la ciudad de Messina. A los que se han salvado les quedan sólo las ruinas. Don Orione sube al tren que va a Messina el 4 de enero de 1909. Se lanza sin reservas en medio de esas ruinas de desesperación. Los que tuvieron que ver con él en aquellos tiempos concuerdan en que si no se le ha visto allí, en medio de la desolación, no es posible comprender quién es don Orione. Pero entre los escombros de ese terremoto se encontró pronto envuelto en los percances de otra tormenta.En 1907 la Iglesia con la encíclica Pascendi de Pío X y el decreto Lamentabili del Santo Oficio, había condenado el modernismo. En marzo de 1909 se constituye la “Asociación nacional para los intereses del Sur”, con el fin de ayudar a las poblaciones afectadas por el terremoto. Forman parte también muchos modernistas, especialmente los que se reúnen en torno a la revista lombarda Il Rinnovamento, excomulgada por la autoridad eclesiástica. Estaban Aiace Alfieri, Antonio Fogazzaro, cuya novela Il Santo estaba en el índice, y otros exponentes del pensamiento católico liberal, como el doctor literato Tommaso Gallarati-Scotti. Don Orione, ni hecho adrede, los conocía a todos. A unos muy de cerca. Y allí en Messina pudo tratarlos y manifestar su estima y su apoyo. No eran estos los únicos modernistas con los que mantenía relaciones. Una amistad fraternal lo unía a muchos sacerdotes que habían incurrido en varios procedimientos eclesiásticos por sus ideas modernistas: Romolo Murri, don Brizio Casciola, el padre Giovanni Genocchi, el padre GiovanniSemeria, el padre Giovanni Minozzi, don Ernesto Buonaiuti. Algunos eran amigos suyos desde hacía años. En 1904 escribía a Romolo Murri pidiéndole un artículo para su revista La Madonna: «Me tienes que escribir algo bonito, lleno de tu fe y que te salga del alma: me gustaría que fuera algo como “la Virgen y la democracia”, o en ese sentido; mira que es un terreno muy vasto, lleno de luz y por explorar. ¡Será tu homenaje de este año a la Virgen!». En febrero de 1905, mientras estaba pensando en una obra en favor de los menores de edad que habían salido de la cárcel, le escribía a don Brizio Casciola: «Tú me ayudarás mucho; Semeria, Murri, todos tenéis que ayudarme mucho…».Pero hay que imaginarse el clima de caza de brujas que se había instaurado después de la Pascendi, y sobre todo después de la introducción del juramento antimodernista entre los sacerdotes y la institución de las comisiones diocesanas de vigilancia sobre la ortodoxia doctrinal. En aquellos años, la sospecha equivalía ya a una condena. Los llamados «zuavos con sotana», los cortadores de cabezas de los modernistas más radicales para entendernos, no se andaban con chiquitas y manejaban la pluma como una espada, mojándola a menudo y con gusto en el veneno. Así pasó con don Orione. Monseñor D’Arrigo, arzobispo de Messina escribió una carta acusatoria que llegó a las manos del cardenal De Lai, prefecto del Santo Oficio. La carta, en la que se define al cura de Tortona «hombre de media conciencia que se acomoda a todos», fue leída por Pío X que invitó a don Orione a presentarse. Cuando Pío X tuvo a sus pies al “extraño cura” se conmovió. Y por respuesta quiso sellar su confianza nombrándole vicario general de la diócesis de Messina, cosa que dejó petrificado al pobre don Orione, para quien el cargo iba a significar tres años de infierno en las calderas de los celos clericales. Además, el autor de la Pascendi le dejó completa libertad de acción en las relaciones con los modernistas.
Don Orione a bordo de la nave Conte Grande viaja hacia Argentina en septiembre de 1934Con el nombramiento, este sacerdote bien conocido por su ortodoxia y fidelidad papal, corre el peligro de que ciertos modernistas lo vean como alguien rígido, alguien que trata de convertirlos, un inoportuno. En cambio, no. Lo consideran auténtico, leal. E incluso buscan su relación fraternal, no dudando en poner sus dificultades en sus manos, y hasta aconsejan a otros que se dirijan a él. Escribe a Murri después de la suspensión a divinis: «Te beso los pies y las manos benditas… No nos veremos pronto, pero te abriré el camino; estaré a tu lado y estaré siempre contigo ante Dios». Y ahí lo tenemos dispuesto a ayudar con discreción a cicatrizar heridas, a hacer de puente. Un punto de referencia, querido y buscado, por muchos sacerdotes al límite, en la cuerda floja, suspendidos a divinis, excomulgados y pluriexcomulgados. La correspondencia entre estos personajes evidencia la estima, el apoyo perseverante y los matices de delicadeza que tuvo don Orione con ellos, y viceversa. Testimonia Gallarati-Scotti: «He de decir que quizá la única persona que fue generosa y comprensiva con quien podía tener momentos de duda y de tormento, respecto a ciertos problemas críticos, en aquel momento, fue don Orione […]. Sentía esta necesidad de conciliar, pero de conciliar no en la confusión, como otros hubieran querido, sino en una distinción amorosa, en un calor de amor auténtico y de ferviente conciencia que es, al fin y al cabo, todo lo que es de verdad bueno y todo lo que tiene un reflejo de Dios, aunque a veces está aparentemente lejos de Dios. Hay algo en el alma humana que responde al toque del santo, porque está en lo profundo y muy escondido, pero vibra cuando siente la voz de esta caridad que habla. Esta es la primera gran experiencia que tuve de él y que nunca olvidaré».Tampoco Ernesto Buonaiuti lo olvidó nunca: «Mi querido amigo», escribe a don Orione, «el recuerdo de las palabras que me dijiste, en horas inolvidables, sigue vivo y florece en mi corazón… Tengo siempre sed de tu recuerdo. Reza por mí, mi querídisimo amigo». Buonaiuti vivió hasta el final su condición de excomulgado vitandus. Recuerda un testigo: «Buonaiuti decía que don Orione no había dejado nunca de quererle, que le había dicho que creía en su buena fe y que estaba seguro de que en el último momento de su vida se salvaría. Estas garantías, en aquel alma desgarrada, eran el mayor consuelo de su vida». Don Orione estuvo siempre a su lado. Cuando le llegó la noticia de que había sido excomulgado vitandus, excomunión que fue acelerada por la intervención del padre Agostino Gemelli, comentó en una carta al senador Schiapparelli la extrema decisión con estas palabras: «Quizá el padre Gemelli no era la persona más indicada para tratar con él. […] Y, además, no es tanto la cultura lo que conquista y abre el ánimo: se requería un hombre de corazón, que a la cultura y al corazón hubiera añadido humildad de espíritu, sinceridad y la ciencia de Jesucristo […] No hace falta el silogismo, sino la caridad de Jesucristo y la gracia del Señor sobre todo». E hizo de todo para defenderlo, para permitir su reinserción en el sacerdocio, implicando en esta ayuda a un grandísimo amigo suyo: el padre jesuita Felice Cappello, el “confesor de Roma”.

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