lunes, 5 de diciembre de 2011

HACIA UN PLENO ESPIRITU DE FAMILIA ORIONISTA

Asamblea internacional del MLO. Madrid: 16, 17 y 18 de octubre de 2007
HACIA UN PLENO ESPIRITU DE FAMILIA ORIONISTA
Esquema
I.- Introducción: el carisma y el espíritu de familia.
II.- Elementos configuradores del espíritu de familia orionista:
A) Una espiritualidad común.
B) Una única misión a compartir.
C) Unas relaciones especiales: de familia.
III.- Mirando al futuro: algunas intuiciones-sugerencias- desafíos…
I.- Introducción: el carisma y el espíritu de familia.
Desde la eternidad, Dios al crear al género humano lo soñó como una familia de hermanos. Y cuando en el discurso testamentario de despedida Jesús pide al Padre el don de la unidad para los suyos, no hace sino subrayar la importancia de ese primer sueño divino: “…Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, como tú y yo somos uno” ( Jn 17, 11). La unidad, -sabemos-, es la primera característica definitoria del concepto familia. El documento conciliar Lumen Gentium, en su primer número, al referirse a la Iglesia la define como “instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”. Y el mismo documento más adelante afirma que “los laicos, los religiosos y los clérigos somos Pueblo de Dios” (LG, 30), es decir, constituimos la gran Familia de los hijos de Dios.
Hoy, a nivel religioso, hablamos de espíritu de familia porque existen los carismas en la Iglesia y porque en torno a los distintos carismas Dios, - providencialmente, no casualmente – pone en relación y contacto a una serie de miembros que de diferente forma hacen suyo el contenido de ese carisma. En nuestro caso, las distintas ramas del “árbol Orione” nos sentimos invitados por Dios a disfrutar del regalo hecho a nuestro Santo y convocados como Gran Familia para encarnarlo y expresarlo en el hoy de la Historia. Orionistas (todos: laicos y religiosos) lo somos si, como bautizados, vivimos nuestra fe teniendo en Luis Orione un modelo ejemplar y una referencia ilusionante.
Con otras palabras, cada instituto religioso (congregación) es el contenedor-continente de un contenido que es el carisma. Sólo teniendo como referente el carisma regalado al Fundador, podemos hablar con propiedad del “espíritu de familia orionista”. Es, como veremos más adelante, mucho más que las notas características con las que habitualmente lo entendemos de manera un tanto simplista: sencillez, acogida…etc.
El parámetro es el carisma. Sin esta referencia, el espíritu de familia puede quedar reducido a una serie de valores, más o menos sugerentes y atractivos. Estos no pueden faltar, como no faltan en cualquier familia de sangre unos rasgos que la distinguen de otros clanes. La “familia Rodríguez”, por ejemplo, es única, con respecto a la “familia Ruiz” o la “familia García”.
Y si lo determinante para entender nuestro espíritu de familia es el carisma, la plenitud de ese espíritu, así como el desarrollo de toda su potencialidad tiene mucho que ver con la capacidad de asimilación, de profundización, de vivencia y de actual expresión de dicho carisma por parte de todos (laicos y religiosos) los que nos beneficiamos de ese don del Espíritu.
El carisma orionista, como sucede con todos los carismas, se dio a la Iglesia para bien de la Humanidad. Es una experiencia gratuita del Espíritu otorgada libremente a una persona (Luis Orione) que se traduce en vocación o llamada a realizar un servicio a favor del género humano y que, en muchas ocasiones, se lleva a cabo, en comunión con otras personas que reciben y participan del mismo carisma. Dicho carisma puede ser vivido en las distintas formas de vida cristiana (vocaciones): matrimonio, consagración, celibato, sacerdocio… El carisma regalado al Fundador, se convierte en carisma del Instituto, que le da continuidad a lo largo de la Historia con distintas expresiones concretas. Así, pues, con Don Orione no murió el carisma. Es más, su carisma tiene virtualidades que sólo se desarrollan con el correr de los tiempos, al aparecer nuevas circunstancias históricas, sociales, eclesiales…
Hemos dicho más arriba que, al referirnos a nuestro espíritu de familia, además de pensar en unos acentos que nos distinguen como cuerpo corporativo, nos referimos al carisma y para entender bien éste hemos de reflexionar sobre los tres elementos sustanciales que lo componen:
A) una experiencia de fe que determina una común espiritualidad;
B) una misión a llevar a cabo, - juntos, unidos- entre todos los miembros de la familia;
C) y unas relaciones especiales que les distinguen como miembros de esa familia y no de otra.
II.- Elementos configuradores del espíritu de familia orionista.
A) Una espiritualidad común.
A cada familia religiosa, dentro de la Iglesia, le corresponde una espiritualidad que le es propia y la distingue de otras marcas carismáticas. Forma parte, diríamos, de su identidad, de su espíritu, de su tradición. Siempre se trata de un don de Dios, en primer lugar.
Para nosotros hablar de la espiritualidad orionista nos obliga a adentrarnos en la personalidad de nuestro santo Fundador y, sobre todo, acercarnos a la forma cómo él traduce su experiencia de fe. Sería algo así como intentar una radiografía interior.
Ahora, sin ánimo de agotar la riqueza inmensa de un gigante de la santidad y de la caridad como es san Luis Orione, podríamos recoger como herencia testamentaria estos rasgos tanto de su personalidad como de su fuerza espiritual:
Hombre de carácter y de fuerte personalidad, construida a pulso en un ambiente familiar rodeado de estrecheces y en unos contextos de crecimiento marcados por el sufrimiento y por la austeridad que le hicieron madurar deprisa y hacer suyo el desapego mundano. “Una de las gracias que el Señor me ha concedido es la de haber nacido pobre”, confesará.
Audaz, arriesgado, valiente. Siempre emprendedor. Nunca se arredró ante nada ni ante nadie. La urgencia de la caridad era su grito de batalla y, fiado de la Divina Providencia, desafió todo tipo de obstáculos y dificultades.
Acogedor, de espíritu familiar. Don Orione, corazón de padre, fue ejemplo de trato para todos cuantos tuvieron la suerte de encontrarse con él. Siempre puso en primer lugar las buenas relaciones entre sus hijos. Y a nadie cerró las puertas de su caridad. “En nuestras casas no se preguntará a nadie si tiene un nombre. Sólo si tiene un dolor”.
Amigo de Dios. Dios lo era todo para él. Su primacía era incuestionable. Con Dios en el corazón, vivió de Dios, desde Dios y absolutamente para Dios, en una actitud ejemplar de completa disponibilidad a sus planes, que le proporcionaba una fuente inagotable de paz interior y de felicidad. Su amistad con Dios la cultivaba con la conexión permanente, a través de pequeñas jaculatorias, que le recordaban la Presencia de Dios y, sobre todo, con largos momentos de oración, auténticos encuentros cara a cara con El. Sólo así se puede explicar su vitalidad y dinamismo incansables. Don Orione hizo perfecta síntesis entre fe y vida. Fue hombre activo-contemplativo y contemplativo-activo: siempre puente de encuentro entre Dios y las personas, valiéndose de la caridad como lenguaje evangelizador.
Hermano de los hombres, de todos los hombres…Su paso por la Historia, –recordémoslo,- ocurre a finales del s. XIX. Son tiempos convulsivos y revueltos. Los modernos fenómenos sociales de la industrialización y el urbanismo, unidos a la irrupción de nuevas ideologías políticas amenazaban la unidad que hasta entonces se había dado alrededor de la Iglesia, lo que tuvo como efecto nefasto el paulatino alejamiento de los sectores obreros de la fe y de la Iglesia. El joven Orione abre los ojos y contempla –con la mirada de Dios- a los hombres cansados y desilusionados. En esas necesidades humanas asoma su intuición fundacional para conseguir penetrar social y cristianamente en el pueblo obrero. Su objetivo último es encaminar a las personas –todas las personas- hacia Dios, orientarlas en la dirección de la Iglesia, oxigenando así la sociedad entera. Quiere que su congregación sea “una profundísima vena de espiritualidad mística que invada todos los estratos sociales”, además de ser buena samaritana para los heridos de la vida.
Luis Orione es un hombre de acción, de actuaciones rápidas, de fáciles reflejos. Se ofrece generosamente a Dios con el ardor de la juventud. Y desde entonces, concibió su Congregación como un holocausto de fraternidad universal: “hacer el bien siempre y a todos; el mal nunca, a nadie” sintetiza las ambiciones de su joven corazón.
· …pero los pobres son los primeros, sus predilectos. A ellos dedica las mejores
energías porque son el tesoro de la Iglesia. Todos sus movimientos giran en torno a los más miserables, a los más alejados de la Iglesia, a los rechazados por la sociedad, a los aparcados en las cunetas de la vida. “La Pequeña Obra de la Divina Providencia –escribe- nacida para los pobres, para conseguir su objetivo, planta sus tiendas en los barrios y suburbios más míseros, que están en los márgenes de las grandes ciudades industriales y vive pequeña y pobre entre los pequeños y los pobres fraternizando con los trabajadores humildes”. Y a sus hijos les recordará. “Nosotros estamos para los más pobres. No lo olvidéis nunca”.
· Hombre de Iglesia. Vivió la pasión por construir la unidad dentro de la Iglesia. La eclesialidad es una nota carismática del programa que ofrece a los primeros seguidores, a los que él llama “la compañía del Papa”, cuya preocupación es la defensa del Papa y de su Magisterio, muy contestados por aquellos años. Se considera con total humildad un trapo en manos de Dios y de la Iglesia: “Los Hijos de la Divina Providencia quieren ser enteramente del Papa, de los Obispos y de la Iglesia: trapos, servidores e hijos obedientísimos, en humildad, en fidelidad, en amor sin límites usque ad morten et ultra”. ( Cartas II, 386 ). El gran sueño de D. Orione fue unir la Iglesia, representada en el Papa, Vicario de Cristo, con el pueblo. El se vive como un puente de intersección. Y utilizará para su propósito un nexo tan fácil de entender como las obras de caridad, que hablan todos los idiomas. Con conciencia de buen hijo se abandona en manos de su madre la Iglesia y se pone a su entero servicio no arrogándose nunca ninguna importancia y dando a cada obra social el título de “obra de Iglesia”. A sus hijos, en el último discurso de despedida, les dio esta recomendación: “Os ruego que seáis y permanezcáis humildes y pequeños a los pies de la Iglesia”. Y Vivió con dolor, de buen hijo, las divisiones entre las distintas confesiones cristianas y no escatimó esfuerzos en su intento de acercar posturas.
· María como punto de mira en el estilo de vida y de servicio. En Don Orione hay claras huellas marianas en sus actitudes de humildad, disponibilidad, abandono en manos de Dios. Su vida, como la de María fue un “fiat” continuado ya sea en los momentos de gozo como en las numerosas situaciones dolorosas y de cruz.
La entera familia orionista, beneficiarios de la inmensa riqueza espiritual de nuestro Santo, tenemos en su espiritualidad ( ¡nuestra espiritualidad! ) el equipaje que siempre hemos de llevar dentro y encima como fuerza vital para encarar la misión, como energía capaz de dinamizarnos e ilusionarnos, como espíritu que nos empujará a seguir siempre adelante, sorteando todos los vientos de la Historia.
B) Una misión a compartir.
En sintonía con el plan de Dios y con las indicaciones de la Iglesia
Dios, al crearnos, depoó en cada uno de nosotros un sueño, un plan…Y, como creyentes, hemos recibido una vocación en la Iglesia, porque a cada uno Dios nos ha llamado por nuestro nombre. En esta línea Pedro exhortaba a los suyos: “Que cada uno ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido como buenos administradores de la gracia de Dios” (1 Pe 4, 10).
Los textos del Magisterio insisten en la misma idea: la misión es “cosa de todos”, afecta a todos por igual, laicos y religiosos. Por citar algún texto, Christifideles laici, 2: “El mandato de Jesús ‘Id también vosotros a mi viña’ no cesa de resonar desde aquel día lejano en el curso de la Historia. Se dirige a cada hombre que viene al mundo…La llamada no sólo concierne a los pastores, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, sino que se extiende a todos, también a los laicos, llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión para la Iglesia y para el mundo”. Y en la Redemptoris missio, 71, encontramos: “La misión es de todo el Pueblo de Dios. La misión que se desarrolla en diferentes formas, es tarea de todos los fieles. No es sólo cuestión de eficacia apostólica, es un derecho-deber fundado sobre la dignidad bautismal”. Este último texto da justamente en el blanco: el hueco de los laicos en la misión es más un derecho-deber que un fruto de la necesidad o el oportunismo.
En efecto, no son los laicos un auxilio para mantener las obras que se encuentran en situación difícil, (una estrategia de supervivencia), sino que, sobre todo, son personas llamadas dentro de la familia orionista, a dar forma nueva a un carisma que va envejeciendo o acartonándose y necesita nueva vitalización. Laicos y religiosos, más allá de las históricas y emblemáticas obras orionistas estructurales, pueden y deben reencarnar y reinculturar en formas nuevas el carisma de siempre.
Don Orione creyó en los laicos, pensó en los laicos como parte importante de su familia. Basta leer y releer la carta que escribió a las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad sobre la colaboración de los laicos en el Pequeño Cottolengo de Génova. Rescato algunos trozos sueltos: “En cierto momento, como le pasó a S. Vicente de Paúl y al mismo beato Cottolengo, ya no basta el servicio de las personas que trabajan en instituciones de caridad – como ésta en la que nos hemos embarcado nosotros en Génova, en nombre de la Divina Providencia y confiados en ella – y, por más religiosas que tuviéramos, o nunca serían suficientes o, por otros motivos válidos que sería largo enumerar, tendríamos que tener siempre otras personas, incluso no religiosas, pero de buen espíritu y también –Dios lo quiera- de buena familia, es decir, de buena educación, para que nos ayuden y hagan, dentro y fuera, lo que nosotros ya no podemos hacer, ya sea porque por diversas razones no es conveniente que lo hagamos o bien porque no sabemos hacerlo. Y, entonces, si estáis solas vosotras, se resentirá el ministerio de la Caridad y sufrirán los pobres de Jesucristo…Hay muchas almas buenas, tanto en los sectores humildes, o sea del pueblo de Génova, como entre las señoras ricas, a las que bastará confortarlas un poco, animarlas y alentarlas a que vengan a ayudar al Cottolengo, a hacer el bien y, en fin, a interesarse y trabajar en casa y afuera, para formar con ellos una categoría de ayudantes suplementarios, que asuman por turno algunos cargos en la Casa y afuera; y muchas terminarán siendo hermanas vuestras y hasta auténticas religiosas. Hay muchas que sólo esperan que se les dé un empujón.
Cuántas hay que estarían muy felices de poder consagrar al Pequeño Cottolengo algunas horas de la semana –adentro y afuera- pero, que sea para el Cottolengo, o sirviendo a nuestros enfermos en Casa o buscando ayuda afuera, con tal de poder ser también ellas Misioneras o, al menos, Ministras de caridad del Pequeño Cottolengo”.
(D. Orione a las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad). Religiosos orionistas y laicos orionistas: dos vocaciones y una única misión.
Don Orione en una carta fechada en Tortona (18-01-1905) y dirigida a su Obispo Mons. Bandi da cuenta de cuál es su misión programática: “Veneradísimo Padre mío en nuestro Señor Jesús Crucificado: desde hace más de diez años, es decir, desde sus comienzos, la humilde Congregación “Obra de la Divina Providencia”, que la bondad de Dios hizo nacer a vuestros pies y en esta ciudad de san Marciano, tomó, creemos que por disposición del Señor, como lema y programa el “Instaurare omnia in Christo” del Apóstol…El “Instaurare omnia in Christo” fue siempre casi una invocación, la idea que compendia toda la misión de la Obra y sus sacrificios: con él se entendía dirigir a Dios un voto, una aspiración, un deseo ardentísimo de que en Nuestro Señor Jesús se renueve todo el hombre y se renueve toda la humanidad” (Escritos, 45, 42). De este testamento somos herederos todos, laicos y religiosos. “¿Qué hemos de hacer hoy?” y “¿Cómo?” son preguntas primeras y fundamentales que hemos de hacer y contestar juntos para dar continuidad al sueño de nuestro Fundador de “instaurare omnia in Christo”. Y haciéndolo juntos, en comunión, -compartiendo en reciprocidad- nuestras respuestas a problemas de pobreza social, moral y religiosa, serán por la fuerza del testimonio de unidad “buena noticia”, prolongación de los gestos de salvación de Jesús en el hoy de la Historia a beneficio de los nuevos pobres y de los pobres de siempre.
La urgencia de unir fuerzas, no es un problema –aunque también incluye no pocas dificultades operativas a resolver-, sino toda una bendición, un auténtico “signo de los tiempos”. Es toda una vida nueva la que se abre para nuestro carisma, un montón de posibilidades inéditas, un flujo inmenso de virtualidad a concretar. Este hecho no afecta sólo a la organización de la “faena”, sino que afecta a los afectos, a las relaciones nuevas que surgen, como lo exigen los tiempos que nos tocan vivir. Recordar a D. Orione significa una bocanada de aliento y de ánimo:” ¿Son tiempos nuevos? Fuera los miedos. No dudemos. Lancémonos en las formas nuevas, en los nuevos métodos…No nos fosilicemos: basta conseguir sembrar, basta poder arar a Jesucristo en la sociedad y fecundarla de Cristo” (Escritos 86,58 y 91,146).
Vita consecrata, en el nº 54, nos recuerda esa necesidad y conveniencia de compartir el carisma:”Debido a las nuevas situaciones, no pocos institutos han llegado a la convicción de que su carisma puede ser compartido por los laicos. Estos son invitados, por tanto, a participar de manera más intensa en la espiritualidad y en la misión del mismo Instituto”.
Digamos abiertamente que la “misión compartida” ofrece un rostro congregacional más fraterno, más Pueblo de Dios, y visibiliza con más claridad la presencia de Jesús, Buen Samaritano, en medio de su Iglesia.
Trabajar juntos, -compartir misión-, lleva consigo atender a dos aspectos importantes:
· Diseñar procesos de participación, estructuras de integración, círculos de pertenencia. La participación es el principio del reconocimiento de la persona (religioso o laico) como miembro activo dentro de la Congregación. Es, por eso, fundamental que existan estructuras que lo faciliten así como gestos de compromiso y de implicación.
· Paralelamente, o a la vez, habría que crear lazos de corresponsabilidad: no significa transferencia de responsabilidades, sino adecuado reparto de las mismas en un clima de comunión y de unidad. Por lo tanto, habría que desechar tanto la abdicación por parte de los religiosos, como la intromisión, por parte de los laicos.
En la realidad laical orionista nos encontramos actualmente con dos situaciones bien diferenciadas:
1. por una parte, laicos que trabajan en las iniciativas orionistas de acción social.
2. Y, por otra, laicos que siguiendo el carisma orionista viven en distintos ambientes formas de compromiso e implicación personal.
De éstos últimos –que son los más numerosos- cabe esperar que se impliquen en las distintas realidades mundanas con el espíritu orionista y haciéndose cargo de las invitaciones que hace la Christifideles laici dentro del mundo del trabajo y en los distintos ámbitos profesionales. Algunos ejemplos:
· la familia y el matrimonio (Christifideles laici, 40);
· el mundo de la cultura (Christifideles laici, 44).
· los espacios de la política ( Christifideles laici, 42);
· la vida económico-social (Christifideles laici, 43).
De los laicos que están en nuestros centros habría que distinguir, - para poder diferenciar la formación, el acompañamiento y las mutuas relaciones- entre:
· Los laicos que comparten nuestro servicio, pero no nuestras motivaciones religiosas. Es decir, comparten razones humanitarias, las normas deontológicas de su profesionalidad, así como algunas actitudes (la compasión, el buen trato, el cariño, la buena relación interpersonal…).
· Y hay también laicos que realizan su servicio como auténtico gesto de misión. Y podemos hablar de misión sólo cuando la tarea que se realiza dentro de una obra responde a una motivación religiosa, cristiana, es decir, se convierte el trabajo en respuesta desde la fe a las necesidades de los hermanos más desfavorecidos.
Pero aquí no se agota toda la realidad. Hay otras realidades de interacción laicos-religiosos. Es decir, nuestra realidad lleva implícita virtualidades y potencialidades no desarrolladas y que en otras Congregaciones son ya sueños realizados. Señalo algunos ejemplos:
a. Grupos de religiosos/as y laicos que comparten el espíritu carismático y procesos formativos comunes. Sería lo más parecido a los grupos de MLO locales o territoriales.
b. Comunidades de vida en las que religiosos/as y laicos siguen un ritmo común de oración, formación, trabajo y celebración, fruto de un mismo espíritu carismático. Muchos observadores de la vida eclesial lo ven como un auténtico signo de los tiempos. Tal vez ignorando su alcance profético, D. Plotino, sacerdote orionista se atrevió a decir:”Bienaventurados quienes osan soñar y están dispuestos a pagar el precio más alto para que el sueño se haga realidad en la vida de los suyos”.
c. Comunidades laicales que, con el acompañamiento puntual de un religioso/a, siguen un ritmo común de oración, trabajo, formación y celebración.
C) Unas relaciones especiales
La marca característica de cualquier familia viene determinada por las relaciones que se van entretejiendo entre sus miembros. Con otras palabras: a un espíritu de familia típico le corresponden también unas relaciones especiales. Y de forma general podemos decir que, tratándose de relaciones en orden a cumplir el programa de bien y de bondad encomendado por Dios al Fundador y a todos sus seguidores, es decir, tratándose de relaciones evangélicas, el punto de mira no puede ser otro que el ambiente relacional de la Trinidad. La palabra familia enseguida evoca la palabra unidad. Y Dios es comunión, unidad. La Trinidad Santa es la más sublime realización de la unidad en la diversidad: la esencia divina se concreta en la comunión de tres personas divinas.
En este sentido, para un orionista (laico o religioso) la unidad con el resto de los miembros de la familia, tendría que ser algo sagrado y su propósito relacional tendría que apuntar siempre a “buscar en todo un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32). Las nuestras tienen que ser, necesariamente, relaciones evangélicas, propias de personas llamadas a valorarse los unos a los otros, no tanto en función de su responsabilidad, de su valía profesional, sino en función de su valor y dignidad esencial, es decir, su vida, la de un hermano/a con todo lo que incluye (situación personal, problemas, dificultades, proyectos, contradicciones…). Cada miembro de la familia es “rostro cercano” y tiene que convertirse en “rostro significativo” para que “el otro lejano”, destinatario de nuestra caridad se convierta en sujeto de encuentro interpersonal, facilitador de la experiencia del encuentro con Dios, que también es encuentro interpersonal.
La acción, - (las distintas actividades, las formas diversas de apostolado, las expresiones actuales y modernas de la caridad, la misión compartida por religiosos y laicos)- nace de una vida compartida. Y la vida es relación, encuentro, comunicación, reciprocidad…Sin vida compartida la misión compartida queda desnaturalizada.
La vida es mucho más de lo que hacemos juntos. Cuenta tanto o más cómo se hacen las tareas (la misión) que cuánta tarea se logra sacar adelante uniendo fuerzas laicos y religiosos. De otra manera, somos juntos (laicos y religiosos) mucho más de lo que conseguimos hacer. Nuestra fuerza no está en la eficacia (no somos una multinacional), sino en la calidad evangélica de nuestro testimonio como cuerpo, como familia.
Lo anterior implica tener en cuenta que hoy se requiere un nuevo tipo de relación, más comprometedor, con más implicación afectiva. No basta el respeto, la estima mutua, la ocasional ayuda de unos a otros. Hay que apuntar a algo más porque las relaciones que median entre nosotros son las que definen y autentifican nuestro espíritu de familia. Podríamos potenciar o aspirar a:
una mayor frecuencia relacional, es decir, aprovechar cualquier ocasión para el encuentro, para la celebración, para la fiesta,… multiplicando los momentos del compartir;
apuntar sin miedos a una mayor y más exigente comunicación interpersonal de “corte espiritual” (la propia experiencia de Dios, el plan personal de vida…). Una buena comunicación es la mejor medicina preventiva y curativa de conflictos, malentendidos y tensiones, inevitables en todos los grupos;
En nuestras reuniones el medioambiente siempre tiene que resultar lo que popularmente llamamos espíritu de familia que supone calidez humana, ambiente de hogar, clima distendido, afable…Y cada reunión tiene que ser encuentro. Encuentro porque supone no sólo estar los unos con los otros, sino “vivir los unos con-por-para los otros”. Y esto no sólo a nivel de colectivo (religiosos o laicos), sino en todas las formas de interacción cruzada: por ejemplo, este religioso se desvive con-por-para este laico concreto;
Las relaciones pierden crédito cuando están marcadas por los planos superior/inferior, por la dignidad de los cargos y las responsabilidades, o por la mayor o menor cultura de “lo orionista”. Sólo son dignas de fe las relaciones fruto de la complementariedad y de la reciprocidad, a todas las bandas, no por bandos separados. A este propósito Pedro José Gómez Serrano, laico español comprometido en el mundo de la enseñanza, en el Congreso Nacional de Vida Consagrada celebrado en Madrid en el 2006 nos confesaba: “Los laicos no somos ni vuestros competidores ni vuestra salvación. Los laicos os necesitamos para llegar donde no llegamos, para aprender a ser amigos de Dios, para ampliar nuestra formación, para animar grupos, para sostener iniciativas que demandan fuerte dedicación e implican riesgo. Vosotras y vosotros nos necesitáis para sostener tantos proyectos que necesitan manos, corazones y cabezas “iguales” pero diferentes”.
III.- Mirando al futuro: algunas intuiciones-sugerencias-desafíos…
1. Vivimos un momento privilegiado a nivel de Iglesia para que los laicos –que son la inmensa mayoría- desempeñen el papel protagónico que les corresponde en ella y en todas las instituciones de Iglesia. Ocasión propicia para que los laicos orionistas participen de forma más plena en el carisma:
a. interviniendo en las estructuras de la familia de forma activa;
b. reemplazando a los religiosos en las tareas que son más propias de ellos que de personas consagradas.
Si nos definimos abiertamente como orionistas, unos y otros (laicos y religiosos) desde el espíritu de familia que implica cultivar y hacer crecer, a la par, todo lo que incluye ese espíritu (espiritualidad común, misión a compartir y relaciones especiales) tenemos un camino a recorrer hasta conseguir
· detectar juntos necesidades, urgencias, presencias nuevas del carisma…;
· hacer juntos procesos de discernimiento para ver por dónde quiere reconducir Dios hoy nuestro carisma;
· programar juntos acciones de respuesta;
· ejecutar juntos las resoluciones tomadas;
· tomar juntos las decisiones apropiadas.
Algo de todo esto parece sugerir el nº 55 de Vita consecrata: “No es raro que la participación de los laicos lleve a descubrir inesperadas y fecundas implicaciones de algunos aspectos del carisma, suscitando una interpretación más espiritual e impulsando a encontrar válidas indicaciones para nuevos dinamismos apostólicos”.
2. Si el espíritu de familia es pleno no cabe otra Pastoral Vocacional que aquella que, -hecha por un equipo de laicos y religiosos- promueva conjuntamente el carisma orionista que aglutina, estimula y diferencia las distintas vocaciones en las que se concreta y expresa el carisma. El fruto de ese esfuerzo conjunto serán, necesariamente, vocaciones “de” y “para” la entera familia orionista. Cada Provincia al hacer recuento de sus efectivos tendría que contabilizar con absoluta naturalidad “tantos religiosos/as y tantos laicos”.
3. Desde el legado de nuestro carisma en el que el espíritu de familia es una de sus marcas características, nuestra familia orionista tiene la responsabilidad y el deber de aportar proféticamente en nuestro mundo dividido y roto por muchas partes la brisa fresca de una fraternidad contagiosa. Nuestra familia unida, con relaciones inequívocamente fraternas, puede ser la gran profecía a la que están llamadas hoy imperiosamente las distintas Congregaciones. Esto nos exige crear a nuestro alrededor y en nuestros ambientes relacionales una cultura de espíritu de familia que implica:
a. potenciar climas de encuentro, acogedores, sencillos, con sabor a hogar y denunciar como antiorionista todas las formas de amenaza de esa cultura carismáticamente nuestra;
b. desarrollar estructuras de interacción, de participación y de pertenencia facilitadoras de los valores de familia.
4. En el hecho de compartir laicos y religiosos, en alguna estructura de comunicación e interacción (equipo de dirección de una obra, grupo de MLO local o territorial…etc.) el proyecto personal podemos descubrir un filón de crecimiento en nuestro típico espíritu de familia hasta el punto de convertirse en un auténtico “laboratorio” de comunicación profunda y espiritual. En el fondo, hasta que no sabemos qué sentimientos, sueños, pasiones, dolores…se mueven en el hondón del corazón del hermano, no podemos estar seguros de conocerle bien, de saber quién es, a qué aspira. Supone superar el desafío afectivo de toda relación que lleva implícito la comunicación de sentimientos. Y apurando más las conclusiones, sólo merece la pena cultivar y mimar los grupos de MLO – mixtos en su composición- que cuidan esa dimensión interior, porque es imprescindible para que se dé el crecimiento, el enriquecimiento recíproco. Y a esos grupos, entonces se les puede llamar con propiedad, grupos de vida.
5. Necesidad de reforzar la autoestima, es decir, aumentar la creencia en nuestra ”propia marca carismática” (“Somos orionistas, a mucha honra”), sin ningún complejo y sin conciencia de traición a nuestro espíritu de humildad y sencillez, valores también de nuestro espíritu orionista auténtico. Estamos llamados, como orionistas, nada más y nada menos que a ser modelo alternativo de vida que genera esperanza y pone señales de Dios en los caminos de la vida. Es decir:
Por la grandeza del carisma que Dios nos regaló en el santo Luis Orione, nos invita a ser hoy signo contracultural- frente a las miles de formas de división y ruptura como testigos de un don caristmático que se expresa en alegría, ganas de vivir y servir. Estos son valores con una fuerza contagiosa extraordinaria.
Ya nadie cree en la “magia de las palabras” y nosotros somos conscientes que nada queda resuelto con bonitos y densos documentos. Lo decisivo de nuestro espíritu orionista (¡y lo admirable!) es acompañar desalientos y dolores, a través de formas nuevas de caridad, lenguaje que habla todos los idiomas y del que no caben sospechas. Una y otra vez tenemos que preguntarnos como familia entera: ¿quiénes son hoy los heridos de la vida? ¿Y los aparcados? ¿Y los últimos de entre los últimos? Esas gentes han de ser nuestros amigos, nuestros compañeros de viaje. A ellos tenemos que “aprojimarnos”, porque ése es nuestro lugar.
6. Nuestra familia religiosa sigue teniendo una misión que cumplir en el aquí, en el ahora y en el hoy de la Historia: el sueño de bien y de bondad que el Espíritu puso en corazón de Luis Orione hace ya muchos años. Pues bien, el futuro de nuestra familia orionista, aparte de quedar en las manos de Dios, tiene mucho que ver con la capacidad que tengamos de crear a través de unas relaciones sanas y enriquecedoras, una sinergia especial para llevar adelante juntos – laicos y religiosos- la misión encomendada, venciendo recelos, sospechas…Y esa sinergia hay que trabajarla, mejorarla…Una idea a purificar pronto será la de romper con la concepción patrimonialista del carisma a favor de los religiosos.
7. Religiosos y laicos hemos de entender que si nos decidimos a compartir la misión encomendada, hemos de estar dispuestos a compartir distintas vocaciones, distintas perspectivas, distintas sensibilidades…Llevar esto hasta las últimas consecuencias significa, a mi entender, dos cosas importantes:
Aceptar la cruz de la misión compartida: no es sólo hacer frente a los inevitables obstáculos del nuevo camino a seguir, sino aprender a morir “a lo nuestro” y “a nosotros mismos”, conscientes de que no estamos llamados al “éxito nuestro”, sino a la fidelidad a la misión convencidos de que quien muere a sí mismo sabe que participa del paradójico éxito de Cristo.
· ¡Atención a las personalidades más fuertes! (tanto de religiosos como de laicos). A veces se esconden pequeños dictadores que pueden dar al traste con los mejores propósitos y sueños. Y, por el contrario, ¡atención al liderazgo de las personas con más autoridad moral y fuerza testimonial! (también en este caso, laicos y religiosos). Es a éstos ha quienes hay que empujar para que oteen horizontes y abran caminos. Con otras palabras, para llevar adelante la misión, juntos no necesitamos ni el clericalismo de los unos ni el seglarismo revanchista de los otros. Necesitaremos unidad, igualdad, reciprocidad como instrumentos de trabajo.
Termino con un recordatorio. Traigo a la memoria una exhortación que Juan Pablo II hacía a los religiosos y religiosas de Don Orione, que bien puede resumir el genuino espíritu de nuestra entera familia orionista porque es lo que se espera de nosotros: “Sed hijos e hijas auténticos de Don Orione, que confían en la Divina Providencia. Llevad este optimismo cristiano a las personas que encontréis y permeabilizad con él todo vuestro apostolado; vuestra existencia esté siempre inmersa en la contemplación de Dios. Los hombres de nuestro tiempo, sedientos de verdad y de amor, necesitan conocer testigos seguros del Absoluto, totalmente inmersos en su misterio, capaces de comunicar el don de la fe, capaces de hablar el lenguaje de la fe y del amor, disponibles para escuchar y dispuestos a gastar todas sus energías para manifestar el amor de Dios por los hombres”.
¡En esas estamos o tendríamos que estar! Es el testigo que D. Orione nos ha pasado a la entera familia orionista. Todo un regalo, pero también toda una responsabilidad. Hacerlo, y hacerlo bien, es nuestra aportación, el trocito de Reino y de Cielo que nos toca poner hoy-aquí-y ahora, para bien de la Iglesia y de la Humanidad entera. Con mucha humildad, pero con no menos ilusión y orgullo porque, como diría la beata Madre Teresa de Calcuta, (reconocida, junto con nuestro Santo, en la encíclica de Benedicto XVI “Deus Caritas est” como modelo insigne de caridad social, para todos los hombres de buena voluntad): “A veces sentimos que lo que hacemos es sólo una gota de agua en el mar, pero sería el mar menos grande si le faltara nuestra gota”. Así sea. Para gloria de Dios y para nuestra felicidad.
P. Laureano de la Red Merino
Superior Provincial
Provincia Nuestra Señora del Pilar
Octubre 2007

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