“ES ASÍ QUE SE HONRA A LA VIRGEN: CON JESÚS EN EL CORAZÓN”.
En la carta sobre los santuarios se insiste también sobre la confesión, porque “ el santuario es también el lugar de la permanente actualización de la misericordia de Dios” (Santuarios 13). En este sentido, es necesario ”favorecer y, en donde sea posible, intensificar la presencia constante de sacerdotes que, con ánimo humilde y acogedor, se dediquen generosamente a escuchar las confesiones sacramentales”, poniendo “en evidencia el vínculo estrecho que une la confesión sacramental y una nueva vida, orientada hacia una decidida conversión”. Es oportuno además que haya a disposición “en lugares aptos (por ejemplo, posiblemente, capilla de la Reconciliación) confesionarios provistos de una rejilla fija” (Santuarios 15).
Queridos hermanos, es un gran honor, por cierto no carente de sacrificios, ser ministro de la misericordia en un santuario. Se han dado cuenta los hermanos sacerdotes que han desarrollado este ministerio como “trabajo” cotidiano en el Santuario de Pompeya, o los que confiesan en el Santuario de la Incoronata, de la Guardia, de Itatí y en otros.
Quien va a los santuarios, “clínicas del espíritu” espera siempre encontrar confesores disponibles. En muchas parroquias, por varias razones y por algún descuido, casi no se confiesa más.
¡Para quién tiene tanto que hacer el confesar pude ser una “carga”; pero jamás una “pérdida de tiempo”! Para tantos hermanos sacerdotes ancianos y enfermos los límites de la salud con frecuencia se transforman en una condición favorable para desarrollar el ministerio de la confesión y de la escucha espiritual, muy activos todavía como sacerdotes. Pienso a un Padre Santella en Roma, o al Padre Luis Lazzarin en Bello Horizonte, o al Padre Adolfo Gigón en Claypole, que permanecieron “vivos” y requeridos para las confesiones hasta el final. La gente andaba a ellos igualmente por el Bien más valioso. También ellos se sentían valiosos, “¡en la vejez darán todavía frutos” (Sal 92, 15)!
La confesión se vive en el secreto del diálogo personal. ¡Cuánto bien y también cuanto mal puede hacer el sacerdote con sus palabras! Por esto es necesario que “sean bien formados en la doctrina y no descuiden el estar al día sobre todo en cuestiones atinentes al ámbito moral y bioético. También en el campo matrimonial, respeten cuanto responsablemente enseña el magisterio de la iglesia. Eviten de manifestar en sede sacramental doctrinas privadas, opiniones personales o valoraciones arbitrarias no conformes con lo que la Iglesia cree y enseña” (Santuarios 17-18). Muchas personas, especialmente las más alejadas, se forman un concepto de vida y de doctrina cristiana de aquello que reciben de estos encuentros en el santuario.
La Eucaristía es “cumbre y fuente” de toda la vida cristiana (SC 10 y PO 5). También de la vida del santuario. Hay que cuidar todos los aspectos que puedan facilitar el acercamiento de la gente a la misma. Muchas veces los peregrinos y también los turistas entran en el santuario mientras se está celebrando la Santa Misa. Con frecuencia se detienen aquellos que no tienen la costumbre de participar en la Misa. Si “ven” que la celebración está bien hecha, con fe, decorosamente, también ellos serán atraídos por el recogimiento. El canto puede ayudar, también la música, el silencio ayuda, como la homilía bien hecha y comunicativa. Todo debe responder a criterios dignos y sagrados. Mientras “un estilo celebrativo, que introduzca innovaciones litúrgicas arbitrarias, más allá de confundir y dividir los fieles, hiere la venerada tradición y la autoridad misma de la Iglesia, como también la unidad eclesial” (Santuarios 21)
“Menos misas y más misa” es aún una sabia indicación para poner en práctica también en los santuarios. En los tiempos de mayor presencia de gente es oportuno ofrecer mayor facilidad (y por lo tanto frecuencia) para participar en la Misa, pero ninguna celebración debe realizarse sin la debida dignidad. Jamás debe ser sin vida, a las apuradas, sin cantos ni homilía, por más simple que sea.
El Papa Benedicto XVI escribió y lo repite que “la mejor catequesis sobre la Eucaristía es la misma Eucaristía bien celebrada” (Sacramento de la Caridad 64)
Para orientar a Cristo durante la visita al santuario es de gran eficacia la adoración eucarística que manifiesta “aquello que está en el corazón de la celebración: la unión con Cristo hostia” (Santuario 23). La carta exhorta a atribuir “notable inportancia al lugar del tabernáculo en el santuario (o también de una capilla destinada exclusivamente a la adoración del Santísimo) porque es en sí mismo un imán, una invitación y estímulo a la oración, a la adoración, a la meditación, a la intimidad con el Señor” (Santuario 23). Deben ser bien cuidadas la exposición, la adoración y las bendiciones solemnes. Muchos diálogos profundos nacen delante del Santísimo Sacramento: de consuelo, de arrepentimiento, de conversión, de confianza, de escucha de los llamados interiores del bien.
Que todo lleve a concebir que el santuario es el lugar de la Presencia, de la Permanencia; es Casa y Templo y no simplemente lugar para visitar y ver.
“Unir a una obra de culto una obra de caridad”
Me sorprendió un poco y me alegré que la Carta sobre los santuarios pida que “en fidelidad a la gloriosa tradición, no se olviden de comprometerse con las obras de caridad y los servicios de asistencia, de promoción humana, en la salvaguardia de los derechos de la persona, en el deber con la justicia, según la doctrina social de la Iglesia” (Santuarios 30).
Sabemos que ésta es una directiva característica, típica e insistente de Don Orione, tanto que fue presentada como una costumbre de la Congregación por el Abad Caronti: “Es praxis entre nosotros unir siempre a la Obra de culto una Obra de caridad”. [1]
De esta regla práctica conviene tener siempre las motivaciones espirituales y pastorales. “Muchos no saben entender la obra de culto – escribía Don Orione – y entonces será necesario unirla a la obra de caridad. Estamos en tiempos en los cuales si ven al sacerdote sólo con la estola, no todos lo siguen; pero si en cambio ven al sacerdote rodeado de ancianos y huérfanos, entonces sí que arrastra ... la caridad arrastra. La caridad mueve y lleva a la fe y a la esperanza”. [2]
En los santuarios, las obras de caridad y de misericordia hacia los más necesitados son el complemento del “Ad Jesum per Mariam”. Son el “Ad Jesum per caritatem”. “La Caridad abre los ojos a la Fe y enardece los corazones de amor hacia Dios”.
Esta práctica está aún muy metida en la Congregación y modela las estructuras y las actividades de tantas de nuestras comunidades. Pude constatarlo y admirarlo recorriendo el mundo orionita. Observo de todos modos que deberíamos comprometernos más para que entre la obra de culto (mariana y parroquial) y la obra de caridad exista una sinergía efectiva, complementariedad y comunión. Cuánta eficacia recibe la actividad de un santuario (parroquia) de la presencia viva e integrada de una obra de caridad que constituya una unidad con la pastoral. Cuánta vitalidad surge de la actividad de una obra de caridad educativa o asistencial en la relación más amplia con la gente que frecuenta la iglesia o el santuario.
Creo que sea importante valorar y poner en práctica otra recomendación que nos llega de la Carta cuando dice “En torno a ellos es bueno que florezcan también iniciativas culturales, como por ejemplo congresos, seminarios, muestras, reseñas, concursos y manifestaciones artísticas sobre temas religiosos. De este modo los santuarios se convertirán también en promotores de cultura, sea intelectual que popular” (Santuarios 30).
Algo, gracias al celo pastoral de los cohermanos, se hace. Pienso en la tradición de los congresos y encuentros en el santuario de la Incoronata de Foggia; a la fiesta del Papa en el de la Guardia en Tortona; también en el nuevo santuario de Bonoua se vio rápidamente la necesidad de tener amplios salones para la catequesis y reuniones varias.
[1] Carta del 3 de mayo, 1938; Escritos 117, 107; igualmente también en la carta de febrero de 1929; Escritos 53, 39. “Es costumbre unir posiblemente siempre a una obra de Culto una obra de caridad”; Escritos 80, 177. A la Incoronata de Foggia, es habitual que la comunidad que ofrece el hábito para la solemne “vestición” de la Virgen debe ofrecer el equivalente para una obra de caridad.
[2] Reuniones, p. 95. Don Orione al archipreste Giovanbattista Chiosso de Torriglia: “Será entendida mucho más aún – también por quien practica poco, - la devoción a la Virgen, cuanto al culto, vaya unida una obra de caridad, a favor de los pobres”; carta del 27.11.1937, Escritos 38, 158 . “A una obra de fe, de culto y de piedad hacia Dios y la Virgen Su Madre, irá entonces unida una obra de beneficencia, de caridad, de piedad hacia el prójimo”; Escritos 92, 216.
En la carta sobre los santuarios se insiste también sobre la confesión, porque “ el santuario es también el lugar de la permanente actualización de la misericordia de Dios” (Santuarios 13). En este sentido, es necesario ”favorecer y, en donde sea posible, intensificar la presencia constante de sacerdotes que, con ánimo humilde y acogedor, se dediquen generosamente a escuchar las confesiones sacramentales”, poniendo “en evidencia el vínculo estrecho que une la confesión sacramental y una nueva vida, orientada hacia una decidida conversión”. Es oportuno además que haya a disposición “en lugares aptos (por ejemplo, posiblemente, capilla de la Reconciliación) confesionarios provistos de una rejilla fija” (Santuarios 15).
Queridos hermanos, es un gran honor, por cierto no carente de sacrificios, ser ministro de la misericordia en un santuario. Se han dado cuenta los hermanos sacerdotes que han desarrollado este ministerio como “trabajo” cotidiano en el Santuario de Pompeya, o los que confiesan en el Santuario de la Incoronata, de la Guardia, de Itatí y en otros.
Quien va a los santuarios, “clínicas del espíritu” espera siempre encontrar confesores disponibles. En muchas parroquias, por varias razones y por algún descuido, casi no se confiesa más.
¡Para quién tiene tanto que hacer el confesar pude ser una “carga”; pero jamás una “pérdida de tiempo”! Para tantos hermanos sacerdotes ancianos y enfermos los límites de la salud con frecuencia se transforman en una condición favorable para desarrollar el ministerio de la confesión y de la escucha espiritual, muy activos todavía como sacerdotes. Pienso a un Padre Santella en Roma, o al Padre Luis Lazzarin en Bello Horizonte, o al Padre Adolfo Gigón en Claypole, que permanecieron “vivos” y requeridos para las confesiones hasta el final. La gente andaba a ellos igualmente por el Bien más valioso. También ellos se sentían valiosos, “¡en la vejez darán todavía frutos” (Sal 92, 15)!
La confesión se vive en el secreto del diálogo personal. ¡Cuánto bien y también cuanto mal puede hacer el sacerdote con sus palabras! Por esto es necesario que “sean bien formados en la doctrina y no descuiden el estar al día sobre todo en cuestiones atinentes al ámbito moral y bioético. También en el campo matrimonial, respeten cuanto responsablemente enseña el magisterio de la iglesia. Eviten de manifestar en sede sacramental doctrinas privadas, opiniones personales o valoraciones arbitrarias no conformes con lo que la Iglesia cree y enseña” (Santuarios 17-18). Muchas personas, especialmente las más alejadas, se forman un concepto de vida y de doctrina cristiana de aquello que reciben de estos encuentros en el santuario.
La Eucaristía es “cumbre y fuente” de toda la vida cristiana (SC 10 y PO 5). También de la vida del santuario. Hay que cuidar todos los aspectos que puedan facilitar el acercamiento de la gente a la misma. Muchas veces los peregrinos y también los turistas entran en el santuario mientras se está celebrando la Santa Misa. Con frecuencia se detienen aquellos que no tienen la costumbre de participar en la Misa. Si “ven” que la celebración está bien hecha, con fe, decorosamente, también ellos serán atraídos por el recogimiento. El canto puede ayudar, también la música, el silencio ayuda, como la homilía bien hecha y comunicativa. Todo debe responder a criterios dignos y sagrados. Mientras “un estilo celebrativo, que introduzca innovaciones litúrgicas arbitrarias, más allá de confundir y dividir los fieles, hiere la venerada tradición y la autoridad misma de la Iglesia, como también la unidad eclesial” (Santuarios 21)
“Menos misas y más misa” es aún una sabia indicación para poner en práctica también en los santuarios. En los tiempos de mayor presencia de gente es oportuno ofrecer mayor facilidad (y por lo tanto frecuencia) para participar en la Misa, pero ninguna celebración debe realizarse sin la debida dignidad. Jamás debe ser sin vida, a las apuradas, sin cantos ni homilía, por más simple que sea.
El Papa Benedicto XVI escribió y lo repite que “la mejor catequesis sobre la Eucaristía es la misma Eucaristía bien celebrada” (Sacramento de la Caridad 64)
Para orientar a Cristo durante la visita al santuario es de gran eficacia la adoración eucarística que manifiesta “aquello que está en el corazón de la celebración: la unión con Cristo hostia” (Santuario 23). La carta exhorta a atribuir “notable inportancia al lugar del tabernáculo en el santuario (o también de una capilla destinada exclusivamente a la adoración del Santísimo) porque es en sí mismo un imán, una invitación y estímulo a la oración, a la adoración, a la meditación, a la intimidad con el Señor” (Santuario 23). Deben ser bien cuidadas la exposición, la adoración y las bendiciones solemnes. Muchos diálogos profundos nacen delante del Santísimo Sacramento: de consuelo, de arrepentimiento, de conversión, de confianza, de escucha de los llamados interiores del bien.
Que todo lleve a concebir que el santuario es el lugar de la Presencia, de la Permanencia; es Casa y Templo y no simplemente lugar para visitar y ver.
“Unir a una obra de culto una obra de caridad”
Me sorprendió un poco y me alegré que la Carta sobre los santuarios pida que “en fidelidad a la gloriosa tradición, no se olviden de comprometerse con las obras de caridad y los servicios de asistencia, de promoción humana, en la salvaguardia de los derechos de la persona, en el deber con la justicia, según la doctrina social de la Iglesia” (Santuarios 30).
Sabemos que ésta es una directiva característica, típica e insistente de Don Orione, tanto que fue presentada como una costumbre de la Congregación por el Abad Caronti: “Es praxis entre nosotros unir siempre a la Obra de culto una Obra de caridad”. [1]
De esta regla práctica conviene tener siempre las motivaciones espirituales y pastorales. “Muchos no saben entender la obra de culto – escribía Don Orione – y entonces será necesario unirla a la obra de caridad. Estamos en tiempos en los cuales si ven al sacerdote sólo con la estola, no todos lo siguen; pero si en cambio ven al sacerdote rodeado de ancianos y huérfanos, entonces sí que arrastra ... la caridad arrastra. La caridad mueve y lleva a la fe y a la esperanza”. [2]
En los santuarios, las obras de caridad y de misericordia hacia los más necesitados son el complemento del “Ad Jesum per Mariam”. Son el “Ad Jesum per caritatem”. “La Caridad abre los ojos a la Fe y enardece los corazones de amor hacia Dios”.
Esta práctica está aún muy metida en la Congregación y modela las estructuras y las actividades de tantas de nuestras comunidades. Pude constatarlo y admirarlo recorriendo el mundo orionita. Observo de todos modos que deberíamos comprometernos más para que entre la obra de culto (mariana y parroquial) y la obra de caridad exista una sinergía efectiva, complementariedad y comunión. Cuánta eficacia recibe la actividad de un santuario (parroquia) de la presencia viva e integrada de una obra de caridad que constituya una unidad con la pastoral. Cuánta vitalidad surge de la actividad de una obra de caridad educativa o asistencial en la relación más amplia con la gente que frecuenta la iglesia o el santuario.
Creo que sea importante valorar y poner en práctica otra recomendación que nos llega de la Carta cuando dice “En torno a ellos es bueno que florezcan también iniciativas culturales, como por ejemplo congresos, seminarios, muestras, reseñas, concursos y manifestaciones artísticas sobre temas religiosos. De este modo los santuarios se convertirán también en promotores de cultura, sea intelectual que popular” (Santuarios 30).
Algo, gracias al celo pastoral de los cohermanos, se hace. Pienso en la tradición de los congresos y encuentros en el santuario de la Incoronata de Foggia; a la fiesta del Papa en el de la Guardia en Tortona; también en el nuevo santuario de Bonoua se vio rápidamente la necesidad de tener amplios salones para la catequesis y reuniones varias.
[1] Carta del 3 de mayo, 1938; Escritos 117, 107; igualmente también en la carta de febrero de 1929; Escritos 53, 39. “Es costumbre unir posiblemente siempre a una obra de Culto una obra de caridad”; Escritos 80, 177. A la Incoronata de Foggia, es habitual que la comunidad que ofrece el hábito para la solemne “vestición” de la Virgen debe ofrecer el equivalente para una obra de caridad.
[2] Reuniones, p. 95. Don Orione al archipreste Giovanbattista Chiosso de Torriglia: “Será entendida mucho más aún – también por quien practica poco, - la devoción a la Virgen, cuanto al culto, vaya unida una obra de caridad, a favor de los pobres”; carta del 27.11.1937, Escritos 38, 158 . “A una obra de fe, de culto y de piedad hacia Dios y la Virgen Su Madre, irá entonces unida una obra de beneficencia, de caridad, de piedad hacia el prójimo”; Escritos 92, 216.
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