SAN CAYETANO, ESTATUILLA QUE SE ENCUENTRA EN EL PATERNO, TORTONA
Lettere II,
p.259-273
68. La observancia de las constituciones consumación por Cristo, por el
papa y la iglesia en la caridad
Buenos
Aires, 7 de agosto de 1935, San Cayetano.
A mis
amadísimos sacerdotes e Hijos en Jesucristo.
¡La paz este
con ustedes! - En estos días en que los sé reunidos en los Santos Ejercicios,
siento particularmente la necesidad de encontrarme con ustedes, mis amados
sacerdotes, y detenerme sobre un punto que respecta a la santificación de
nuestras almas, para mayor gloria de Dios: el cumplimiento y la observancia de
todo aquello que se refiere a nuestra vida de religiosos y a nuestra regla. Y
digo que todo debe ser hecho para mayor gloria de Dios, según la gran expresión
de San Pablo:
"Omnia in
gloriam Dei fácite" (1 Cor. 10, 31)Mas, in primis, me agrada hacerles saber que estoy muy contento con ustedes, por la obediencia a Don Sterpi y el apego sincero y fuerte a la Congregación. No puedo decirles que consuelo es y ha sido para mí. Sé que allá se trabaja con buen espíritu, sé que afrontan trabajos y cumplen sacrificios no indiferentes, por el amor de Dios, de la Santa Iglesia y de nuestra Congregación, así que se podría decir muy bien de la totalidad de ustedes, que son los faquines de Dios. ¡Oh cuánto le agradezco y bendigo al Señor por esto! ¡Y cómo les agradezco también a ustedes de corazón!
Hoy es San
Cayetano, el Santo de la
Divina Providencia, que vivió una vida apostólica activísima
y la Iglesia
lo llamaba "Venator animarum". Coraje, mis amados hijos, somos también
nosotros ¡"cazadores de almas"! Roguemos incesantemente y en humildad
de espíritu; liberémonos siempre más de las pasiones; esforcémonos cada día más
por caminar por el sendero de los santos, sigamos detrás de los ejemplos y los
pasos de los santos, por el camino que fue abierto por Jesucristo y seremos
también nosotros apóstoles y conquistadores de almas.
Si, en estos
ejercicios, damos un golpe de hacha a la raíz de las pasiones y de la envidia,
si nos mantenemos fuertes en la batalla, no hay duda que veremos auxilium
Domoni super nos, y llegaremos a la santidad. Dios no deja que seamos probados
sobre nuestras fuerzas, pero hará que en la batalla tengamos la ayuda y la
asistencia de su gracia, para que podamos sostener como soldados y fuertes en
Cristo, los combates del enemigo y vencerlo por la divina potencia de Cristo. Y
no solo vencerlo, sino acrecentar nuestro fervor, nuestras virtudes y nuestro
amor a Dios y a las almas, para hacernos aptos para salir a la conquista de los
pueblos con caridad fraterna, viviendo humildemente, caritativamente,
apostólicamente, en la pobreza, el sacrificio y la santa leticia en el Señor.
Así, oh
amados míos, como vivió San Cayetano de Thienes, como lucharon, vencieron y
vivieron todos los santos. Ellos como vivían la verdadera y perfecta caridad de
Cristo, no se buscaban a sí mismos, mas solamente deseaban que todo se
hiciera y redundara para la gloria de Dios: ad maiorem Dei gloriam! No se
vieron a sí mismos, mas solo vieron a Cristo para amar y almas para salvar, sólo
ardieron y se consumieron de caridad por la Santa Iglesia y por
las almas.
Así debemos
ser nosotros, oh mis sacerdotes e hijos: lámparas equipadas de buen aceite,
aceite de piedad; lámparas ni vacías ni apagadas, sino que ardan y brillen y se
consuman arrojando a todos y en todas partes luz de fe, ardor y fuego de divina
caridad.
¡Oh el gran
fervor de los santos! ¡qué competencia de virtudes! ¡qué flor de disciplina!
¡qué respeto y obediencia, qué amor, en todos aquellos que Dios ha llamado a
vida de perfección, como nos ha llamado a nosotros, oh hijos míos, y qué amor,
en todos, a su santa regla!
¿Y nosotros?
Vamos, hagamos también nosotros así, como ellos lo hicieron. Sólo así
cumpliremos nuestra vocación, oh mis amadísimos sacerdotes, nos salvaremos, no
sólo eso, nos haremos santos de verdad y nos haremos santos así y como lo desea
el Señor de nosotros - o sea amando tiernamente a nuestra Congregación y
observando las constituciones de la misma.
La Congregación se ama de
verdad y se ama tanto, si se aman de verdad y se practican, con diligencia y
buen espíritu, sus reglas.
Cada regla
es grande, pero nuestra pequeña y naciente Institución - también porque está
aún en los comienzos y en el período de fundación, de su formación- exige un
mayor fervor, y una observancia verdadera no puramente material, sino de
corazón: exige arranque espiritual y santo en todas las reglas, también en las
más pequeñas.
Es grande
también y, diría, singularísima nuestra responsabilidad, oh mis amados
sacerdotes, pues todos aquellos que vendrán nos mirarán, pues somos las
primeras vocaciones en orden de tiempo: ellos se formarán sobre nuestro
ejemplo.
Oh mis
amados, recordemos con frecuencia el fin por el cual hemos venido a la Congregación. ¿Por
qué hemos abandonado el mundo? San Bernardo se decía asiduamente a sí mismo:
"Bernarde, ad quid venisti?" ¿Tal vez hemos venido para hacer
una vida cómoda? ¿para hacer nuestra voluntad y vivir como queramos? ¿tal vez
para hacer vida libre, para tener conexión con las criaturas? ¿para cultivar
sentimentalismos y pasiones morbosas?
¿O no hemos
venido en cambio para seguir más de cerca a Jesucristo, dejando el mundo con
sus lisonjas y vanidades? ¿Para vivir la vida de los consejos evangélicos, en
gran humildad y obediencia, en la pobreza, como pobrenació, vivió y murió
Nuestro Señor Jesucristo? ¿En la pureza y santidad de vida? Por lo tanto pureza
es santidad y Jesús es el Cordero de Dios, que se nutre de lirios.
¿No hemos venido para seguir la voz de la celeste
vocación y asegurarnos así nuestra salvación eterna? Tal vez no hemos deseado
secundar la invitación de Jesús, que dijo: "¡Quien desee venir
detrás de mi, reniegue de sí mismo, abrase su cruz cada día y sígame!".
Sí, oh
hermanos, recordémoslo bien y recordémoslo siempre: nosotros nos hemos hecho
religiosos para abandonar el mundo; nosotros, volviendo la espalda al mundo,
hemos entendido y deseado vivir en Dios, ser no hombres seculares, sino hombres
de Dios, verdaderos siervos y seguidores de Jesús, imitadores de Cristo. Haciéndonos
Hijos humildes de la
Divina Providencia, nosotros hemos entendido vivir una vida
de fe y de caridad y hacernos amadísimos del Papa y de esa Santa Iglesia
Romana, que sola es Madre y Maestra de todas las Iglesias, que sola es guía
veraz, infalible de las almas como de los pueblos, así en el dogma como en la
moral cristiana, única depositaria de las sagradas Escrituras, única y sola
intérprete de las sagradas Escrituras, únicas depositarias de la tradición
apostólica y divina.
A esta santa
Madre Iglesia y a su Jefe, único y universal, Pastor de los pastores, Obispo de
los Obispos, Vicario único y sólo en la tierra de Jesucristo, al Papa, yo y
ustedes nos hemos entregado en vida y muerte, para vivir de su fe, de su amor,
de su plena obediencia y disciplina, con dilección plena, filial, sin secundar
a nadie.
Nuestra
tarea espacialísima es hacerlo conocer, es hacerlo amar, especialmente por el
pueblo y los hijos del pueblo; ¡es vivir a sus pies y anhelar y esforzarnos
para conducirlos a todos, más que a sus pies, a su corazón de padre de las
almas y de los pueblos! Entonces nos hemos consagrado a Jesucristo, al Papa, a la Iglesia, a los Obispos
para darles a ellos amor, ayuda, consuelo, como siervos e hijos humildísimos y
devotísimos, con voluntad decidida, irrevocable, de sacrificarnos todos por
ellos, de inmolarnos por el Papa y por la Iglesia, viendo en el Papa a Jesucristo mismo y
en la Iglesia
a la esposa mística de Cristo, la obra y el Reino visible de Cristo sobre la
tierra; y así llegar a tener coronam vitae et sempiternam felicitatem. Con
nuestro holocausto, con nuestra consumación por el Papa y por la Iglesia, no deseamos nada
más que llegar a atraer a los humildes, a los pequeños, a las turbas del Papa y
a la Santa Iglesia:
deseamos unificarlos a todos en Cristo en el Papa y en la Iglesia.
Ahora, oh
amados míos, en estos Ejercicios, ustedes y yo debemos reequiparnos de aceite, refortalecernos,
reanimarnos en la renovación religiosa de nuestra vida espiritual; debemos
volver a ver el fin por el cual hemos venido a la Congregación,
recordar el objetivo preciso que se ha prefijado nuestra Congregación. Y
proponernos, cada uno de nosotros, ser o volver a ser tales de responder a la
gracia de nuestra especial vocación y a la meta que la Pequeña Obra de la Divina Providencia
se ha propuesto alcanzar, y esto nosotros debemos hacerlo cueste lo que cueste
ayudados por la gracia divina, usque ad mortem et ultra!
Por eso
debemos querer la más exacta y devota observancia de las Constituciones, no
deteniéndonos en la letra, sino viviéndolas al pie de la letra, exactamente, y,
sobre todo, en el espíritu.
Oh qué
hermoso y dulce es vivir juntos, como verdaderos hermanos, como humildes, píos,
verdaderos religiosos; ¡vivir juntos la vida de la piedad de la templanza, del trabajo,
observando las reglas, devotos, unidos, compadeciéndonos recíprocamente,
dándonos mutualmente un buen ejemplo de edificación!
¡Ah, amados
míos, si amamos a Dios y a la
Iglesia, si amamos a nuestra alma y el bien y el futuro de
nuestra Congregación, cuidemos, en nosotros sobre todo, la observancia de las
reglas y atengámonos en todo a la regla! Mantengamos firme la mano en el arado,
seamos fieles y firmes en los santos propósitos y votos, seamos perseverantes y
vayamos adelante, viviendo el verdadero espíritu y la vida de la Congregación, como
fervientes religiosos, como verdaderos hijos, puros, humildes, pobres, simples,
caritativos de la
Divina Providencia.
Hemos puesto
la mano en el arado: que ninguno de nosotros se vuelva atrás, por amor de los parientes
o del mundo; que nadie se pierda detrás de los afectos, de la carne y de la
sangre; que nadie vaya a terminar en el mundo falaz y engañador, pues se
encontraría muy mal en el momento de morir. Nos costará sacrificios, nos
costará esfuerzo, nos costará penas, hambre, sed y tal vez humillaciones,
resistir y estar fieles más, más aunque nos costara la vida, que nadie deje la
vocación: Dios nos ayudará!
"Maneamus in
vocatione, que vocavit nos Dominus; et satagamus, ut, per bona opera vocationem
et elecionem nostram certiorem faciamus. Namquod Deus avertat -, si nos
posuérimus manum ad aratrum et respexérimus retro, apti nom erimous
Regno Dei".
Y, no sólo,
no dejemos la vocación, sino vivámosla! La vocación no la viven seguramente los
tibios, los descuidados, los que están lejos del espíritu y de la vida
mortificada, humilde, activa de la Congregación, no la vivirían los divagantes por
ideas y sentimientos seculares, no dignos de buenos religiosos, los relajados o
aquellos que huyen de la observancia de las reglas, que huyen de la mirada de
los superiores. Debemos vivirla, como religiosos en serio, como religiosos que
deseamos de verdad santificarnos y santificar a las almas, como religiosos que
saben abnegarse y vencerse a sí mismos, como religiosos que sepan observar las
sagradas promesas y los votos con los cuales se han dado y consagrado al Señor
Recordemos,
en estos días y siempre, que la vocación debe vivirse y actuarse y que esto es
un deber de conciencia, recordemos que seremos de más provecho cuanto más
hayamos sabido vencer nuestra tibieza; recordemos que sin fuerza de ánimo, no
hay virtud. Jesús dijo: "Regnum coelorum vim patitur": el reino de
los cielos, entonces, lo conquista sólo quien sabe hacerse violencia, quien
sabe vencerse y renegar a sí mismo, con la ayuda de Dios y orando. Recordemos
aún que, quien practica la oración, mantiene la vocación, va adelante y se
perfecciona en la virtud y llega a hacerse santo, o sea a un gran amor a Dios;
mas quien no lo hace fallará y traicionará su vocación miserablemente.
Por otra
parte, se pretenderá ir al paraíso en carroza? No nos hemos hecho religiosos
para pasarla bien, sino para hacer los méritos necesarios para la eternidad;
para seguir a Cristo en la renegación cotidiana de nosotros, para abrazar, por
el amor de Dios, nuestra cruz, o sea para padecer con Jesucristo aquí, para
triunfar mañana, con Cristo, en el más allá. La observancia de las reglas, por
otra parte, cuesta esfuerzo, sobre todo en quien las observa con poco gusto, en
quien hace las cosas a la bartola, sólo por hacerlas -cuando no puede
evitarlas-, en quien tiene el espíritu adormecido y lánguido, en quien ama
vivir sin disciplina, y se encuentra inquieto, porque no está en orden con su
conciencia ni con el Señor ni con los superiores; mas en los diligentes, en quien
ama verdaderamente a Dios y al bien de su alma, en quien ama de verdad a Jesús,
a la Iglesia,
a la Congregación,
y los ama no mezquinamente, sino con el corazón grande, con gran generosidad,
sin límite y como deben ser amados, la observancia de las reglas se hace suave:
"Iugum meum suave est, et onus meum leve"; es un peso ligero.
Animo,
entonces, y adelante! Adelante in Domino en el santo camino por el cual ya pasó
Jesucristo, ya pasaron los Santos y algunos de nuestros hermanos sacerdotes,
Hijos no indignos de la
Divina Providencia, los cuales nos han precedido a la patria
celestial y a la futura corona sempiterna.
Y en el caso que hubiésemos disminuido la marcha,
entorpecidos en la carrera a Cristo y por Jesucristo, admone te -me dice a mí y
a cada uno de ustedes la
Imitación de Cristo-, ádmone te, éxcita teípsum:
reprochémonos nuestra pusilanimidad, nuestra frialdad, nuestro andar lento e
incierto, nuestros ondeos en la vida religiosa, sacudámonos
Excita
teípsum! Despertémonos nuevamente, sacudámonos, sin tanta indulgencia y falsa
piedad de nosotros. Humillémonos delante del Señor: no nos envilezcamos:
humillarse sí, envilecerse no, nunca! Levantemos los ojos y el corazón a
nuestra Madre, la
Santísima Virgen, invoquémos,la, prometámosle amar más y
mucho, pero mucho y mucho, a su Divino Hijo, Nuestro Señor, y a Ella,
nuestra Santa Madre y a la
Iglesia y a la Congregación. Y digámosle también que deseamos ir
al Paraíso con Ella, que, por el amor de Dios y de Ella, queremos ser como
Jesús nos quiere, deseamos por el gran bien que nos espera afrontar todo
sacrificio, gozar de toda tribulación, desear cada cruz, confiados en la ayuda
del Señor y de la mano materna de Ella, de María Santísim
San
Francisco de Asís decía: "Bendito sea el religioso que observa sus santas
reglas! Ellas son el libro de la vida, la esperanza de la salvación eterna, el
meollo del Evangelio, la verdadera vía de la perfección, la llave del Paraíso,
el pacto de nuestra alianza con Dios
Oh mis hermanos
religiosos, sean particularmente más bendecidos todos ustedes cuanto más
observen la Santa Regla.
Mas yo no deseo concluir, oh queridos y amados hijos en Cristo, sin decirles
que, se me han amado en el pasado, quieran ahora seguir amándome en el Señor en
el futuro, precisamente haciendo resplandecer en ustedes y en cada casa la
perfecta observancia.
Vuestro
Padre en Jesucristo está lejos. Denme, cada día más, esta gran consolación, y
de observancia empéñense para que todos crezcan en el espíritu de fe, de
piedad, de humildad, de caridad, de las constituciones.
Yo, no se
los puedo ocultar, sufro, y mucho, por estar lejos, ni puedo decirles cuánto he
sufrido en este último año. Por todo agradezco y bendigo al Señor; estoy tan
contento y feliz de poder padecer alguna tribulación, y le ruego a Nuestro
Señor que me haga padecer más, pero que me asista con su santa gracia
Si por lo menos se me diera la oportunidad de reparar
de algún modo mis frialdades, ingratitudes a Dios y pecados! Dios me va
separando de esta tierra y de mí mismo. No deseo nada más que amar a Jesús, a la Virgen, a la S. Iglesia y servir, como
el último de todos, a nuestra amada Congregación, hasta que tenga un respiro de
vida
Rueguen por
mí; yo por ustedes, oh mis amadísimos sacerdotes, rezo a toda hora. Deseo
apurar mi regreso, pero nada puedo decirles de positivo. Pienso que Nuestro
Señor me desea aún aquí por algunos meses para consolidar las Instituciones
comenzadas y me parecería bien propagar a nuestra Congregación también en otros
estados de Sudamérica: ustedes me comprenderán sin que me explique más. Aquí he
encontrado mucha confortación y también ayuda: dejar ahora todo aquí, mitad
hecho y mitad por hacer, no sería serio y no debe hacerse.
Pienso
también que, a mi edad, una vez que parta, será difícil que pueda volver. Pero,
es conveniente, frente a los benefactores y conocidos de Italia, dejar esperar
un regreso, aunque no próximo, por lo menos lejano. Por la gracia de Dios, allí
lo tienen a Don Sterpi, por el cual todos tenemos plena estima y confianza.
Ayúdenlo lo más que puedan! Escúchenlo, obedézcanle, estréchense todos, oh mis
sacerdotes, alrededor de El; rueguen por El, como por mí; confórtenlo en el
mejor modo. Sé que él se ocupa de ustedes y del bien de nuestra amada
Congregación.
Si la Congregación tiene
que pasar pruebas y días dolorosos -por permisión de Dios-, ustedes estréchense
mucho alrededor de don Sterpi y de nuestros sacerdotes más ancianos, en un
corazón y en un alma sola, como se lee en San Lucas - Actas de los Apóstoles_
que los primeros sacerdotes hacían. De todos modos, estén ahora y siempre con
todo aquello que la Iglesia
dispondrá de nosotros, sus humildísimos y obedientísimos Hijos, y oren!
Recordemos que a Jesucristo se lo ama y se lo sirve en la cruz y crucificados,
y así a la Santa
Iglesia.
Que Ella con
Jesús y María Santísima, sean siempre nuestro más grande y supremo amor
En estos Ejercicios, oh mis sacerdotes, hermanos e
hijos, hagan de cuanto les he escrito, la más firme y eficaz resolución a los
pies del altar y en el altar, y manténganse constantes en la vocación y en
estos santos propósitos hasta la muerte.
Y concluiré
con las palabras de Don Bosco a los Salesianos en su testamento: "Vigilen
y recen. Y hagan que ni el amor del mundo, ni el afecto a los parientes, ni el
deseo de una vida más cómoda los muevan al gran desatino de profanar los
sagrados Votos y así transgredir la profesión religiosa, con la cual nos hemos
consagrado al Señor. Que nadie vuelva a tomar lo que le ha dado a Dios". Y
vuelvo a repetirles con él, que fue confesor y guía: "Si me han amado en
el pasado, sigan amándome in Domino en el futuro con la exacta observancia de
nuestras constituciones."
Y ahora
adiós, mis queridos hijos! No pudiendo ir yo para la Virgen de la Guardia, les mando a
ustedes a Don Juan Penco, Superior General de la Congregación de San
Pablo (Obra Cardenal Ferrari). El llegará el 20 de agosto a Nápoles con
el "Neptunia", y el 29 estará con todos ustedes en la fiesta de
la Guardia,
en Tortona. Es un querido y santo amigo. Les llevará mi carta, escrita con gran
apuro antes de que él parta. Se la he dado a bordo cuando fui a saludarlo y le
he dado también un abrazo in ósculo sancto, para que lo lleve a Don Sterpi y en
El, a todos ustedes. Yo haré la novena de la Guardia de aquí y estaré con ustedes, con todo el
corazón y con toda mi alma.
Y ahora
recemos y vayamos adelante haciendo el bien, comenzando por estos Santos
Ejercicios.
Gratia et
benedictio Domini Nostri Jesu Christi sint semper nobiscum!
Sac. Juan Luis Orionede los Hijos de la Divina Providencia
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