sábado, 19 de noviembre de 2011

* ESE FUEGO INTERIOR, PARTE II






















Son pocos los que han podido asomarse al fuego interior que consumía su alma, un fuego recóndito pero, a la vez, presente como Dios. Se podía entrever algo. Pudiendo, se quedaba levantado por la noche. No siendo en la comunidad, quién sabe dónde y cuándo comía. Algunas noches lo vieron acostado sobre la tarima del altar; otra vez en un comedero de animales; llevado, seguramente, por el amor de quien había nacido en un pesebre.
De su simple conversación se traslucía una vida prodigiosa. En su interior ardía un amor que no le daba tregua ni un solo instante, provocándole a veces el estremecimiento del éxtasis y un estado de soberana libertad propio de quien se dedica totalmente al alma y a Dios.
Nadie podrá narrar sus silencios, sus sueños, sus horas totalmente íntimas, los momentos de soledad pasados en unión con Dios, pero sí esa experiencia de amor que lo hace un hermano de Francisco de Asís, herido interiormente como él y, también como él, trovador siempre alegre, vivaz, enamorado que, como un viento, un fuego, o un aluvión, todo lo arrollaba con su amor. Este pobre italiano, tosco, rudo, simple, ha sido en Italia una de las manifestaciones más claras y luminosas de lo divino. Italia cuenta con muchas personas enamoradas de Dios, personas fuertes en medio de grandes sufrimientos, amantes hasta la locura, castas, serenas en medio de las tempestades, creativas y hasta poetas: Don Luis Orione era una de ellas.
De él quisiéramos saber más. Esperamos que sus religiosos no tarden en ofrecernos los elementos necesarios para conocerlo y apreciarlo. Ya se están publicando algunas de sus cartas que, aunque escritas currenti calamo, con una redacción algo desordenada, improvisada y apurada, reflejo de su alma generosa, contienen sin embargo algunos fragmentos que pueden ayudarnos a comprenderlo.
Ante todo, nos lo muestran siempre en un estado de euforia espiritual. No razona ni expone en forma ordenada. Se diría que no se expresa sino que se vuelca. Pero al prodigarse reserva algo para sí, lo mejor. Se presenta siempre como el padre que habla con sus hijos, sobre su casa. Aún cuando pareciera estar diciendo algo de sí mismo, en realidad está pensando en los hijos y en la casa. Lo recóndito del corazón de Don Orione no lo conoceremos hasta que se tengan sus notas íntimas y personales, si es que existen. Además de las preocupaciones propias de un padre, las cartas reflejan también el ansia por el cúmulo de trabajo que realizaba.
Una vez escribió: "Queridos míos, siempre que les escribo les hago un sermón (los sacerdotes tienen que predicar siempre, poco o mucho, y de todas formas); ¿comienzo ya o espero hasta el final? Es mejor ahora, verdad?".
Sabía ser irónico, a veces en forma sutil: ¿cuánta literatura de los sacerdotes no son sermones? Pero, ¿qué tiene de malo? ¿qué otra cosa podría hacer un sacerdote sino predicar? Lo mejor es que aceptemos nuestro destino, y prediquemos. Con frecuencia, si no siempre, escribía sus pensamientos entre un trabajo y otro, entre un viaje y otro; pero, aunque escritos a la rápida, no eran cosas circunstanciales sino que brotaban de lo más profundo.Tiene expresiones, y hasta páginas enteras, sobre la caridad; en labios de un hombre que ha vivido totalmente para la caridad, adquieren un tono altísimo, una sinceridad incomparable, y lo colocan en el mismo plano que aquellos hombres que él nombra siempre como sus maestros: Don Bosco y Cottolengo.

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