El
primer milagro de Don Bosco muerto fue para Don Orione. Hay que
anteponer que Luis Orione, como lo testifican las Memorias biográficas
de Don Bosco (vol. XVIII, p. 539), estuvo entre los seis alumnos del
oratorio de Valdocco que, aconsejados por Don Gioacchino Berto, ex
secretario de Don Bosco, habían ofrecido durante una misa celebrada el
29 de enero de 1888 su vida a cambio de la prolongación de la de Don
Bosco, ya en los momentos extremos. El Señor no aceptó esa oferta, por
sus altísimos fines, ocultos a nosotros, mas preparaba -como es dulce
reconocerlo- entre aquellos seis generosos a un nuevo astro de santidad
que ilustraría a la Iglesia y el mundo, y además exaltaría como pocos
las virtudes, los méritos, la santidad de Don Bosco, sobre todo
reproduciéndolas en si mismo. Y llegó el alba helada del 31 de enero. A
las 4.30 hs., con media hora de anticipación, extrañamente, el
campanario de María Auxiliadora sonó los toques del Ave María. Un cuarto
de hora después Don Bosco volaba al paraíso. El oratorio, aún en la
consternación de ese momento, por otra parte esperado y preparado, no
tomó el luto. En todos inmediatamente cundió la alegría serena de tener
un nuevo gran intercesor en el cielo. Las grandiosas manifestaciones de
devoción, que se verificaron alrededor de los restos mortales del gran
apóstol de la juventud, confirmaron fuera de todo cálculo esta
convicción. Al llegar a este punto debemos referir otro hecho que une a
Don Bosco y a Luis Orione, confirmando ese “seremos siempre amigos” que
le había dicho. En efecto Luis Orione puede considerarse el primer gran
beneficiado con un milagro de Don Bosco subido al cielo. Le cedemos,
otra vez, la palabra a él: “El día siguiente fue llevado a pulso a la
iglesia de San Francisco de Sales, que le dio el nombre a la sociedad
salesiana y permaneció allí expuesto todo el día. Fueron a visitarlo
miles y miles de personas: desde Moncalieri, desde Vercelli y de
muchísimos lugares. Pusieron también a unos muchachos para tocar los
objetos, pues todos consideraban que Don Bosco era un santo. Quien
tocaba un pañuelo, quien hacía tocar otros objetos. Habían puesto en
esos días a tres muchachos a propósito para que tocaran lo que los
fieles llevaban. Uno de ellos tocaba vendas y coronas del rosario. Y
después no supo más que tocar. Y entonces le surgió en la mente como una
luz, la idea de que se pudieran hacer tocar al cuerpo de Don Bosco
trozos de pan y luego, haciéndolos comer a los enfermos, éstos pudieran
sanar. Y como tenía la llave de uno de los refectorios, porque estaba a
cargo de ellos, tomó pan y aferrando el cuchillo se puso a cortar; pero
en el entusiasmo, no cortó sólo el pan, sino también un dedo, y tanto
era el fervor, que le dio un segundo corte al dedo hasta el hueso. Pero
cuando, finalmente, sintió el dolor y vio fluír la sangre, experimentó
como un temor de que le faltara el índice, lo que lo haría no apto para
el sacerdocio. Mas, después de ese primer temor y dolor, él tomó el
dedo que colgaba, pues tenía el hueso cortado y, como el refectorio está
abajo, corrió a la iglesia y tocó el cuerpo de Don Bosco, el dorso de
la mano derecha... ¡Y la sangre permaneció en los poros de Don Bosco y
la herida se sanó! La cicatríz está aún aquí...” (D.O., I, 305). Y así
diciendo mostraba el índice de la mano derecha a sus hijos -Don Orione
era zurdo-, que invitaba al himno de alabanza a Dios y agradecimiento a
su santo maestro. Del libro: "Florecillas de Don Orione" de Mons. Gemma
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