viernes, 9 de julio de 2021

ABAD CARONTI VISITADOR APOSTÓLICO

 p3 Mientras tanto crecen las dificultades en torno a la Congregación en Italia. Los malévolos estrechan el cerco agresivo y el ataque aflige a Don Orione hasta provocarle lágrimas de sangre. En el interín, la señora Queirolo Solari, insigne benefactora que hiciera posible el "Pequeño Cottolengo" genovés de Paverano, enfermó y se agrava semana tras semana; solicita su presencia y él le hace saber que espera volver a la patria...

                Su muerte lo entristece profundamente. En una carta a las Hnas., fechada el 5 de octubre de 1936, revela sus sentimientos: "Por cierto resulta una pena inmensa para mí no poder haber estado presente, pero me consuela saber que Don Sterpi, el canónigo, y muchas de vosotras la habéis rodeado de santo afecto cristiano. Que haya sufrido tanto por mi lejanía también constituye un verdadero dolor para mí y se lo ofrezco al Señor como homenaje a esa gran alma, si es que aún necesita homenajes. En el Cielo, donde espero esté ya, lo comprenderá todo y comprenderá también los motivos por los cuales dejé pasar un mes y luego otro - para no hacerla sufrir más - ocultándole mis tribulaciones; quizás se hubiera muerto antes, de dolor. ¡Que todo sea por el amor de Dios!".
                E insistiendo sobre el motivo del dolor, agrega en la misma carta: "Cada hoja que cae, cae porque Dios lo quiere o lo permite; y todo lo que Dios quiere y permite es para nuestro bien y para el bien de nuestra Congregación. ¡No debemos perder el ánimo! El Señor, para corregirnos, para hacernos tener la cabeza baja, para hacernos más buenos, para hacernos más parecidos a El, nos arroja sobre las espaldas un fragmento de la Santa Cruz. ¿Qué debemos hacer? ¡Abrazarla! ¡Abrazarla! ¡Abrazar la Santa Cruz! No basta venerarla, incensarla en el altar; es necesario amarla, abrazarla, recibirla: a Jesús se lo ama y sirve en la Cruz, crucificados".
                Los temas aludidos en la carta son explicados más claramente en una carta al sobrino de la señora Solari Queirolo: "Comprenderá que nunca le hubiera dado a entender a su tía - debía actuar así para no ocasionarle un gran dolor - que no es sólo el Cottolengo Argentino ni el trabajo lo que me mantiene alejado; sólo ahora me atrevo a sugerirle el motivo por el cual no tomo un avión o no regreso de cualquier manera. Querido Señor Pío (Solari), me he arrojado al mar casi como un Jonás, con la esperanza de salvar la pobre barca de mi Congregación, no de las deudas sino de furiosas persecuciones. Ahora podrá entender algo...".
|p4 Don Orione esperaba que al partir hacia la Argentina, las hostilidades cesaran; pero no ocurrió así y en 1936, como vimos, la situación se mantenía <208>. Por eso, hacía algún tiempo él mismo, después de haber pedido consejo, le había ordenado a Don Sterpi solicitara a la Sede Apostólica el envío de un representante a la Obra. "No tememos a la Iglesia - decía - como no se teme a la madre que se ama...".
                El 19 de junio de 1936, Don Sterpi se dirigió a la Sagrada Congregación de Religiosos. Cuando Don Orione se enteró, le escribió:
                "La última carta tuya es del 19 de junio, en Roma, fiesta del Sagrado Corazón, con el breve informe de la visita a Monseñor Pasetto. Deo gratias, siempre, de cuanto Dios quiere y permite. Estoy muy contento de que el paso se haya dado en la fiesta del Sagrado Corazón".
                El 10 de julio la Santa Sede nombró Visitador Apostólico al conocido liturgista padre Manuel Caronti, benedictino, abad de San Juan Evangelista, en Parma.
                Veinte días antes, el 21 de junio, presintiendo este nombramiento, Don Orione había enviado un telegrama que asombró al mismo Padre Caronti, quien testimoniaría luego que no conocía el nombramiento, y a los funcionarios de la Curia Romana. "Abad Caronti, Benedictinos, Parta. Sumamente complacido Vuestra Señoría Visitador Apostólico Pequeña Obra Providencia, me pongo en sus manos con todos mis pobres hijos. Disponga con amplitud. Estaremos felicísimos con cualquier disposición. La Congregación es suya en humildad, amor, obediencia filial y devota. Don Orione".
                Tres días después escribió a Don Sterpi: "Conocí al abate Caronti en Parma. Por lo que oí de él y por la impresión que recibí, no podríamos tener un visitador mejor. También Don Brizio me habló a menudo de él, como de un religioso sumamente digno, de criterios equitativos y no mezquinos. Es cierto que esta visita es provocada por personas no benévolas, pero sobre nosotros están el Señor y la Virgen Santísima. Lamentaría que el abate Caronti no aceptase. Pensemos que si el Señor dispuso y permitió todo esto, será siempre para nuestro mayor bien".
                Don Sterpi le comunicó no saber nada sobre la designación del Padre Caronti y Don Orione esperó en paz la confirmación hasta la tarde del 11 de julio, cuando recibió el anuncio telegráfico.
                El 26 de agosto de 1936, el Padre Caronti inició la visita canónica oficial con una ceremonia simple, muy devota, en el santuario de la Virgen de la Guardia en Tortona, durante un rito de oración; estuvieron presentes las comunidades residentes en la ciudad y los representantes de numerosas casas de la Obra.
                Inmediatamente Don Orione quiere "alinearse". Resulta conmovedor ver a este Fundador que suscitara un mundo, que ahora, ante una simple orden de la Santa Sede, "se cuadra" <209> sin vacilar, declarándose el "último" en su propia Congregación.
                El 26 de junio de 1936 escribió a Don Sterpi: "Me haréis conocer los términos del documento que el Visitador Apostólico os presentará y de cuanto os diga para saber si podemos o no dispone todavía de alguna cosa y hasta dónde. Bendigo nuevamente. Viva Jesús...".
                "Tres veces Deo gratias - escribió nuevamente a Don Sterpi el 12 de agosto de 1936 - por el Santo Visitador que nos ha enviado... Estoy contento de que venga para la fiesta de la Guardia...".
                Y el 9 de setiembre:
                "No quisiera que el Visitador temiese disgustarme al tomar las determinaciones que considere necesarias o útiles para el bien de la Pequeña Obra; ¡no! ¡no! Si alguna vez advertís este temor, os ruego le digáis cómo pienso y que cuanto haga me placerá...".
                El 28 de octubre de 1936: "Decidle que se quede siempre con nosotros, al menos, todo lo que pueda...".
                La visita apostólica del abad Caronti estaba destinada a durar muchos años, hasta 1946, es decir, hasta bastante después de la muerte de Don Orione. Sería interesante seguirla en los detalles que fueron forjando un constante agradecimiento y veneración recíprocas, y basta leer los testimonios del mismo Caronti para comprender estos sentimientos.
                También es preciso decir que la visita misma precisó, bajo muchos aspectos, figuras, institutos, tareas y finalidades. La Congregación maduraba a la luz de los últimos años del Fundador; en esta maduración influían enormemente las experiencias que el propio Fundador realizaba en América latina, así como en otras partes del mundo, e influía también la gran tragedia de la guerra de españa, cuyas primeras escaramuzas tuvieron lugar entre junio y julio de 1936. Vale la pena que nos detengamos brevemente en esta hora particular de la vida, el pensamiento y la obra de Don Orione <210>.

<207> Carta de Don Orione a Don Sterpi, del 27.6.1936.  
<208> En marzo de 1935 fue trasladado desde Nola (Nápoles) a la Cátedra de San Marciano en Tortona, Mons. Egisto Domingo Melchiori, de origen bresciano, y que fuera profesor del futuro Pontífice Paulo VI. Don Orione, con su impulso habitualmente generoso, quiso festejar la incorporación a la diócesis del nuevo Electo, enviando una carta colectiva que exaltaba la grandeza del ministerio episcopal. Se trata de un trabajo logrado como investigación y magnífico por los sentimientos de devoción, obediencia y fidelidad a la Iglesia, al Papa y a los Obispos que allí se expresan (en "Cartas de Don Orione", v. II, págs. 177 y s).
<209> No bien tuvo la confirmación de que el Abad Caronti era el visitador apostólico, Don Orione redactó una circular a todos sus hijos, diciendo, entre otras cosas lo siguiente: "¡Oh, bienvenido sea el Enviado del Señor y de la Sede Apostólica! Con la ayuda divina, lo seguiremos alegremente y nada nos resultará más dulce que escucharlo, secundarlo, obedecerlo y amarlo en el Señor. Viene a nosotros en nombre del Señor y con Autoridad Apostólica. Desde hoy, es mi y vuestro superior inmediato: me coloco y os coloco a todos en sus manos; yo, con gran alegría, sólo soy y seré el último de vosotros hasta que la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo y la caridad de la Santa Sede deseen mantenerme en la Pequeña Obra de la Divina Providencia; la cual Obra declaro no haber sido fundada por mí, ni constituida con medios humanos, ni conservada y acrecentada por mí sino por gracia y voluntad del Omnipotente y Providentísimo Dios y Señor Nuestro Jesucristo, a pesar de mi miseria y mi pecado. Y ha surgido por la intercesión maternal, especialísima de la Beata Virgen María, Inmaculada Madre de Dios y nuestra" (de "Don Carlo Sterpi", Roma, 1961, págs 553 y s). "Queridos hijos míos en Jesucristo - escribió en julio de 1936 -, veo derrumbarse todo un pasado, aunque en parte ya estaba en ruinas; las bases del viejo edificio social están minadas; una conmoción cambiará, quizá pronto, el rostro del mundo...
                "¿Qué surgirá de entre tantas ruinas?
                "Somos Hijos de la Divina Providencia; ¡no desesperemos sino más bien confiemos mucho en ella!".

Abate CARONTI Emanuele (Benedettino), da Subiaco (Roma), muerto en Noci (Bari) en 1966, a los 83 años de edad , 68 de  Profesión y  61 de Sacerdocio. Visitador  Apostólico de la Pequeña Obra de la Divina Providencia desde el 10 julio 1936 al 21 octubre de 1946.
10 de julio: la Santa Sede nombra Visitador Apostólico de la Obra al Abad Emanuel Caronti.
una carta personal fechada el 1 de agosto de 1936; Don Orione desde la capital argentina, ignorando los motivos de la intervención pontificia del Abad Emanuel Caronti, relaciona ésta con los acontecimientos por los que había escrito, dos años atrás, a Mons. Simón Pietro Grassi; entonces explicó al Abad las motivaciones profundas que lo llevaron a venir a América Latina:
[...] Y aquí me parece conveniente manifestar en forma reservada a su Excelencia, que, cuando dejé Italia, no vine a América sólo con la intención de visitar las casas que la Pequeña Obra de la Divina Providencia ya poseía aquí, sino que sin confesárselo a nadie, ni siquiera a Don Sterpi, para no causarle un dolor todavía más grave, me he arrojado al mar, como si fuese un Jonás, con la esperanza de que mi alejamiento, calmase las olas furiosas, y salvado la barca de mi pobre Congregación. Y además era necesario que yo me alejara para interponer un acto claro, en salvaguarda de mi buen nombre. Desde hace cuatro años que vengo esperando en vano, en silencio, en oración y confianza, que se dijese una palabra de defensa de una horrible calumnia, divulgada en la Diócesis y fuera de ella, semejante a la del vicioso Sacerdote Florencio. Viendo que, entonces, era inútil esperar, he creído que debía seguir el ejemplo de San Benito, que abandonó Subiaco, y se retiró a Montecassino. Por lo que desaparecí silenciosamente de Tortona, aprovechando la ocasión del Congreso Eucarístico. Y, dejando la Congregación en buenas manos, puse mi causa en las manos de Dios[1].
El horizonte de sentido existencial aparece cuando en mi rostro están los rostros de quienes son los destinatarios de mi existencia, llamado y vocación. Cuando en mi rostro están tallados los rostros de mis hermanos del Pequeño Cottolengo, de los hogares, de las escuelas y misiones en las que vivimos entregando nuestras vidas. Porque no peregrinamos a lugares: peregrinamos a los hermanos y hermanas y en ellos peregrinamos al Otro, que es Dios.
Y así como la novedad del Reino se pone de manifiesto en el amor a los pobres y en su liberación, esta caridad es la confesión de fe más profunda de la presencia salvífica de Cristo en la historia. En esta perspectiva entendemos la intensidad heroica con la que Don Orione vivió su pasión apostólica en favor de los hombres. Su ardor, por hacer que todos sean alcanzados por este amor de Jesús, lo llevó a pedirle la gracia de alcanzar los más alejados; los excluidos; los que son considerados por el mundo como desperdicios: y Luis Orione peregrinó a los otros, abrazando la condición de Jesús; tallando en su rostro el sufrimiento de sus hermanos en su propio corazón: Orione, L., a E. Caronti, 01.08.1936, Summ., § 563; se conserva también de esta carta una minuta, donde se agrega en este párrafo: «[...] en buenas manos, las de Don Sterpi, me refugié». Idem, a E. Caronti, 01.08.1936, mi., ADO, Scr., 19,91-92; con otra carta al mismo destinatario, fechada el 19 de agosto, explicita la causa de la calumnia: «En cuanto al hecho doloroso que me afecta y que, en un primer momento pensé que hubiera provocado la visita suya, es cosa un poco extensa para contar. No quisiera resultar demasiado prolijo [...] Un día llega el correo, y Don Sterpi no estaba en casa; [...] leo. En un primer momento no entendía de qué se trataba. La cosa me parecía extraña. Después caí en la cuenta. Él [Mons. Bacciarini] enviaba a Don Sterpi el testimonio jurado de un Párroco suyo, el de Melide (no era Don Bornaghi) el cual contaba que supo tener en su casa a dos sacerdotes de la Diócesis de Tortona, de los cuales uno era Arciprete, y que había escuchado que Don Orione , cuando estuvo en Messina en calidad de Vicario General, después del terremoto habría frecuentado un prostíbulo, y que se encontró su nombre en los registros de la casa [...]» Orione, L, a E. Caronti, 19.08.1936, Summ., § 564. Scritti
69, 320. Don Orione tuvo también algunos problemas por esto de pensar y hablar de modo humilde de    mismo  y  de  la  Congregación.  Había  quienes  miraban  más  el  orden  que  la  sustancia.
Sabemos  que  el Visitador apostólico, el abad Emanuele Caronti, fue enviado en 1934 “para poner orden” en la Congregación.
Don  Orione,  refiere  a  Don  Sterpi:  “Esta  mañana  él [el  Visitador] fue  llamado  por  los  Religiosos [la Congregación de la  Santa Sede] Por un artículo aparecido en el Corriere della Domenica, donde se dice que yo mismo llamo a nuestra Congregación  «un  gran lio». Me ha preguntado si es cierto. Le he respondido que si,  y  que  se  lo  digo  especialmente  a  los  Obispos  de  la  Iglesia  para  que  no  se dejen  embaucar  por  mí,  y  a nuestros sacerdotes y clérigos para que no se llenen de soberbia si la Divina Providencia se sirve de nuestros trapos para hacer un poco el bien, no porque queramos  hacer las cosas mas o menos”;
carta del 12.1.1939,
Scritti  19, 309. 1 Scritti 45, 60.
26 de octubre: el Abad Caronti comienza oficialmente la Visita Canónica Uno de los grandes deseos de Don Orione era que sus seminaristas armenios fuesen ordenados en rito armenio, por lo que le pidió a su vicario, el P. Sterpi, presentar el caso a la Congregación para las Iglesias Orientales. Él soñaba que algún día ellos pudiesen trabajar con la comunidad armenia y transformarse en un puente de unión entra la Iglesia de Roma y las Iglesias Orientales.

Pero nunca llegó a ver su deseo hecho realidad. De hecho los seminaristas Dellalian y Chamlian fueron ordenados bajo rito romano y no bajo rito armenio. Aparentemente, el Visitador Apostólico enviado por la Santa Sede, el abad benedictino Emanuele Caronti, desalentó dicha iniciativa dada la inminencia de la guerra y la conclusión del 1° capitulo general de la Congregación (Agosto de1940). 
Luego de algunos años, la Congregación obtendrá que los PP. Dellalian y Chamlian puedan celebrar la misa en rito armenio
 A pocos meses del fallecimiento de Don Orione, el Abad Emanuel Caronti, visitador apostólico de la congregación; pidió informe de cada casa.                        
En 1942 el abad Caronti con la colaboración de Don Sterpi pidió y obtuvo de la Sagrada Congregación para los Religiosos permiso para convocar el Primer Capítulo General de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad fue elegido Superiora General Madre María Francisca Cecchetti. La nueva Superiora General y su Consejo, inició la redacción de las constituciones de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad. Colaboró, el ​​abad Caronti y sacerdotes orionitas.
 Fuente: fragmentos de distintos escritos : Conociendo a Don Orione del P. Fernando Fornerod; Papasogli, Don Orione.org.


viernes, 2 de julio de 2021

1892 PRIMER RETOÑO DEL ARBOL DE LA DIVINA PROVIDENCIA

 

 Autor Don Flavio Peloso Fdp
En la cuaresma de 1892, el encuentro del clérigo Orione con Mario Ivaldi y el inicio del primer oratorio: fue la primera semilla de la Pequeña Obra de la Divina Providencia.

            En las cosas de Dios y de la Iglesia, hacer descripciones y balances es siempre arriesgado e inadecuado, además de que se corre el riesgo de ser irreverentes. Recordemos lo que le pasó a David cuando quiso contar a su pueblo (2Sam 24).
            Don Orione, presentando la Congregación a los amigos y bienhechores de Roma, el 14 de marzo de 1934, dijo: “Aquella pequeña semilla ha crecido, se ha vuelto una plantita, pero no es todavía la planta: ¡es aún la Pequeña Obra de la Divina Providencia! Y ¡ay del día en que deje de ser la humilde, la pequeña Obra! ¿Cuántas casas hay ya en la Pequeña Obra? se lo digo delante del Señor, no lo sé; pero creo que no serán menos de 60 ó 70 casas”.
            ¿Cuándo fue sembrada “aquella pequeña semilla” después convertida en “planta con muchas ramas”? ¿Cuándo se inició aquel primer oratorio con Mario Ivaldi? en un día de cuaresma de 1892. ¿O acaso el 15 de octubre de 1893? cuando fue abierto el primer pequeño colegio de San Bernardino. ¿O tal vez el 21 de marzo de 1903, cuando el obispo Igino Bandi emitió el Decreto de aprovación canónica de la Congregación?
              La semilla del carisma había sido echado en el terreno de la vida de Don Orione aún antes, de un modo escondido y humilde, no visible aún en sus brotes externos.
            Varios indicios históricos y epistolares nos llevan a intuir que la gracia carismática haya sido donada por el Señor a Don Orione en la primera quincena de mayo de 1890, cuando en el seminario de Tortona, donde el joven clérigo había entrado desde hacía pocos meses, y se predicaron los ejercicios espirituales. ¿Qué ocurrió en el secreto de su alma? Es difícil decirlo. Ciertamente que "el Señor lo visitó", le "mostró su rostro", le “hizo una gracia”. Su vida, después de aquellos ejercicios espirituales, resultó profundamente transfigurada y transformada.
            Un compañero suyo de seminario, Gragnolati, lo atestigua: "En ese tramo de 1890, en el que estuve con él en filosofía, precedente a los SS. Ejercicios Espirituales, nada singular recuerdo de él… pero después de los Ejercicos Espirituales de aquel año, empezó como a resurgir, especialmente en la práctica de la humildad y de la caridad hacia los compañeros".  También otros compañeros de la época, Fornari, Tacchini, Gragnolati, Vaccari, Fiocchi, Guerra, etc. escribieron sobre los recuerdos y episodios que documentan este cambio.
            Pero es una carta del joven clérigo Orione, en un tono de boletín de guerra y de proclamación de victoria, la que nos dice que algo de “divino” ocurrió en él. La carta fue escrita a su amigo Vincenzo Guido, el 21 de mayo de 1890.
            "Después de seis meses de lucha, Jesús ha vencido y triunfa en mi corazón. Como amigo querido quiero darte esta nueva que te llenará el alma de consolación. Ya no soy del mundo. Hoy, 21 de mayo, lo he abandonado para abrazarme a la Cruz de Jesucristo y seguirlo adonde quiera que vaya. A pesar de esto no obstante, mi cuerpo quedará aún para diversión del mundo, hasta que le plazca a Nuestro Señor llevárselo al más allá. Agradece conmigo a Su Divina Majestad, y ruégala que me inflame de caridad y de beneplácito a su voluntad.
            ¡Adiós, oh mundo, adiós, oh parroquia, adiós o pueblo, oh parientes, adiós! ¡Adiós oh pasado, oh libertad mía, oh mi voluntad, oh a todas mis cosas, adiós y adiós! ¡Oh mundo, oh carne, oh demonio, yo os repudio y os abandono por virtud del Espíritu Santo, os doy una patada y renuncio a ustedes para seguir a Jesucristo y os dejo para siempre en nombre y a gloria de Mi Señor! ¡Adiós!
            Ruega por mí que soy un pecador. ¡Viva Jesús! ¡Que Jesús triunfe!
           El pobre siervo de Jesucristo
                                               Ch. María Luis, de Jesús, de las almas y del Papa".
            ¿Han notado cómo firma? Nombrando sus cuatro amores carismáticos: Jesús, almas, papa, María. Es la primera vez que lo hace.
            El historiador Silvio Tramontin definió a Don Orione como “un prodigioso "solo" del Espírito Santo”. El cardenal Giuseppe Siri dijo que Don Orione “había nacido río”, desde el inicio. La gracia del carisma, desde el inicio, estaba ya completa, como una semilla vital. Se necesitará después toda la vida de Don Orione, y de su Pequeña Obra de la Divina Providencia, para desarrollarla según los tiempos y lugares.
              Han pasado 125 años desde que, en un viernes de cuaresma de 1892, en el fondo de la catedral de Tortona, el clérigo sacristán Orione se acercó a Mario Ivaldi para darle un poco de catecismo y llevarle a Jesús. Fue el primer retoño en asomarse de la semilla escondida.
             Han pasado 125 años desde que, el 3 de julio de 1892, en la casa y en el patio del obispo Bandi, fue abierto e inaugurado el primer Oratorio del clérigo Orione. 
             “¡Cuántos años han pasado ya desde aquel 3 de julio; pero tengo el recuerdo muy vivo delante, como si fuese ayer. Era clérigo y custodio de la catedral: el obispo de Tortona era Mons. Bandi. Los muchachos y jóvenes que estaban a mi alrededor eran muchos, algunos centenares: les había de la elemental, de la técnica, de los estudios medios y un buen grupo que ya trabajaba. No se les podía ya tener: no cabían en mi habitación, la última, en lo alto, sobre las bóvedas de la catedral, porque corrían arriba y abajo por todas partes, ya no se les podía tener. […] La Pequeña Obra de la Divina Providencia, nacida de aquel pequeño oratorio festivo y la primicia de aquellos muchachos, ya había sido ofrecida, y diría que, consagrada al Señor, a los pies del Crucifijo”.  (Carta del 3 de julio de 1936).
             De aquella semilla ya se podían ver las primicias que hacen esperar un desarrollo prometedor.
             De hecho, la Pequeña Obra ya era una pequeña planta ramificada cuando, el 21 de marzo de 1903, el obispo Igino Bandi, aprobó canónicamente la Congregación. Era realmente pequeña, una tierna plantita, frágil pero lista para el futuro: con Don Orione estaban 4 sacerdotes, 3 clérigos, 4 eremitas; un grupo de seminaristas habían sido reclamados al seminario por el obispo el año anterior. Las casas de aquella “Pequeña Obra” eran 8.
             La vitalidad de aquella semilla de vida, que hemos aprendido a llamar carisma, fue la que llevó a crecer a la planta que se nutrió de los variados climas y condiciones del terreno que fue encontrando a lo largo de la historia.
             Era ya bastante robusta y completa en sus articulaciones esenciales en 1940, a la muerte de Don Orione. Eran ya 777 Los Hijos de la Divina Providencia, con 90 novicios y otros 491 clérigos, esparcidos en 82 casas y comunidades en Italia, Argentina, Polonia, Brasil, Uruguay, Albania, Roda, EEUU. En aquella planta habían crecido también como un germen “las humildes Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, rama iniciada el 29 de junio de 1915”; eran 250 en 1940. Además iban tomando consistencia algunas asociaciones laicales: las Damas de la Divina Providencia, los Ex alumnos y los  Amigos de Don Orione.
             ¿Y hoy? Aquella “única planta con muchas ramas” se ha desarrollado posteriormente “tanto que los pájaros del cielo hacen nidos en ella” y participan de su vida. Son tantas “almas y almas” que son acogidas para encontrar resguardo, alimento, formación, compañía, reposo en los Pequeños Cottolengo, escuelas, casas de caridad, parroquias y misiones.
             Al mirar la planta, a muchos se les escapa un “Oh” de admiración. Otros aplauden. Quien sabe cómo son las cosas dice:  Deo gratias.
fuente: messaggidonorione.it