domingo, 29 de junio de 2014

DON ORIONE Y EL PAPA !!!!!

«Don Orione fue siempre de la Iglesia y del papa»
Su fidelidad de niño al sucesor de Pedro y su gran caridad asombraron a los pontífices que lo conocieron. A algunos incluso antes de subir a la cátedra de Pedro. El prefecto de la Congregación para las causas de los santos perfila la relación entre don Orione y los papas del siglo XX
por el cardenal José Saraiva Martins
 
 
     
 


     Don Orione escribió en una hojita de papel las palabras esenciales del epígrafe que le hubiera gustado para él. Decía: «Aquí descansa en la paz de Cristo el sacerdote Luis Orione, de los Hijos de la Divina Providencia, que fue todo y siempre de la Iglesia y del Papa. Rezad por él» (Summarium, p. 978). Quien conozca aunque sólo sea un poco la vida de aquel al que Juan Pablo II ha definido «una genial expresión de la caridad cristiana», sabe que el amor filial al papa es la nota dominante y caracterizante del santo cura de Tortona. «Mi fe es la fe del Papa, es la fe de Pedro» (Scritti, 49, p. 116). Es su lección de vida, destinada no solo a los orioninos, a los cuales les dijo: «Esta es la herencia que os dejo: que nadie nos debe superar nunca en el amor y la obediencia, las más plena, la más filial, la más dulce al Papa y a los Obispos» (Scritti, 20, p. 300). Pero su franca y radical fidelidad al magisterio del papa, vivida abiertamente, profesada y proclamada siempre, sobre todo frente a hechos y pensamientos que la amenazaban, en vez de ser señal de fanatismo sectario, es condición para un abrazo de caridad universal, es nota esencial de una espiritualidad abierta, sin límites. Una fidelidad-unidad que no fue para don Orione freno en su avance, «a la cabeza de los tiempos», como decía, sino garantía, punto de referencia, «seguridad de pisar las sendas de la Providencia» (Scritti, 61, p. 215) con valor de pionero y clarividencia, en fronteras de acción no exploradas todavía, en abrazos que parecían imposibles o incluso prohibidos, con algunos hombres del modernismo y con personalidades de la cultura y de la vida pública que seguían caminos de pensamiento y acción muy distintos de los de la Iglesia.
     De hecho, con esta profunda devoción al sucesor de Pedro, estuvo «al lado de los papas», de cinco papas. Los cuales le llamaron en varias circunstancias y le confiaron cuestiones espinosas y delicadas, y a los cuales don Orione prestó con inteligencia servicios incluso muy personales y, a veces, heroicos. Tocando el tema de la relación filial de don Orione con los papas, entramos en el núcleo de la espiritualidad y de la historia de este humilde, singular y santo sacerdote. Y leyendo sus biografías no es difícil captar algunos datos de su acción al lado de los papas que subieron al solio de Pedro durante el siglo XX.

     
Don Orione nació en 1872, dos años después de la  toma de Roma, en la época de la desgarrada Cuestión romana y del pontificado del beato Pío IX. No tuvo la ocasión de conocer personalmente a ese Papa, pero percibió, en los años de su formación, el clima de conflicto que lo rodeaba, como también la fuerte “piedad papal” difundida en amplios estratos del catolicismo italiano.

 


 
     En 1892, clérigo de veinte años, preparó una publicación, El mártir de Italia, con la que quería mostrar el valor del Sumo Pontífice y denunciar las muchas falsedades ideológicas y políticas cometidas contra su persona y su obra. «Pío IX», escribía don Orione, «fue la figura más grande de nuestro siglo, el esforzado desenmascarador de la revolución falseada en todas las formas, el amigo y el benefactor de los pueblos, el invicto atleta de la verdad y de la justicia: sus obras serán inmortales y su largo pontificado, de 32 años, formará en la historia de la Iglesia y de la Patria una de las épocas más luminosas» (Messaggi di don Orione, n. 102, p. 31).
     
En 1904 don Orione fue quizá el primero que intervino ante el recién elegido Pío X para animarle a instruir la causa de canonización de su predecesor: «Mi Beatísimo Padre, postrado a vuestros pies benditos humildemente os suplico que os dignéis poner en marcha la Causa del Santo Padre Pío IX y os animo a glorificarlo» (ibídem). La causa se abrió y durante algún tiempo don Orione fue el vicepostulador.
     
El primer Papa que don Luis Orione conoce personalmente es León XIII. El impulso y las ideas del papa Peci en favor de una presencia menos defensiva y más emprendedora de los católicos en la vida social inflamaron de altos ideales y de santos proyectos al joven Orione, durante su época de formación en el seminario y del comienzo de su nueva Congregación. No cabe duda de que la huella en don Orione de la espiritualidad y de la acción pastoral marcadamente encarnadas en lo social procede del magisterio y de las directivas de León XIII, con quien estaba en gran sintonía. Rastro indeleble de esto quedó en las primeras constituciones de su Congregación, elaboradas durante el pontificado de León XIII y al cual  se le presentaron en la memorable audiencia personal del 11 de enero de 1902. «Le presenté la Regla –cuenta don Orione de aquella audiencia–; la bendijo, la tocó, me puso más de una vez su mano sobre mi cabeza, dando golpecitos, animándome; me dijo muchas cosas; también que pusiera en las Reglas lo de trabajar por la unión de las Iglesias de Oriente: “Este, me dijo, es un altísimo consejo mío”» (G. Papasogli, Vita di don Orione, pág 138).
     
Este compromiso ecuménico insólito y profético a principios del siglo XX, es un fruto típico del hecho de que don Orione estuvo efectivamente “al lado” del Papa, es decir, en sintonía, devoto, listo para realizar las indicaciones pontificias. Sabemos que León XIII fue muy sensible y activo por lo que concierne a las relaciones con las Iglesias orientales. Es a partir de León XIII cuando podemos hablar de “ecumenismo católico”. Pues bien don Orione, ya inflamado por la unidad de la Iglesia, no había dudado en asumir también esta indicación ecuménica de León XIII en sus constituciones y, después de la famosa audiencia, se declaró «feliz y contento de no haber errado en los criterios constitutivos de la Regla» (ibídem).



     San Pío X fue sin duda el Papa más determinante en la vida de don Orione, que decía: «El Santo Padre Pío X será siempre nuestro Sumo Benefactor, nuestro Papa» (Scritti, 82, p. 98). Al subir al solio en 1903, el patriarca Giuseppe Sarto eligió el lema “Instaurare omnia in Christo”, que don Orione había elegido para su Congregación hacía diez años. Esta fortuita coincidencia era señal de la afinidad espiritual de estas dos grandes almas y tomará cuerpo en la sucesiva historia de sus relaciones.
  
Su primer encuentro tiene el sabor de la leyenda. El patriarca Giuseppe Sarto había llamado a Venecia al joven músico don Lorenzo Perosi, coetáneo y paisano de don Orione. Le honraba con su amistad, le había invitado a comer varias veces y lo había tenido por compañero en algunas partidas de cartas. El padre de Lorenzo, temiendo que el cardenal viciara a su hijo, confesó sus temores a don Orione. Este, sin pararse a pensar, escribió una carta al patriarca, rogándole que no encaminara al prometedor “maestrillo” hacia la perdición. Enviada la carta, pensaba que su “sermoncillo”, respetuoso pero audaz, se olvidaría pronto. Pero… lo escrito queda. Cuando unos diez años después fue recibido por primera vez en audiencia por el ex patriarca de Venecia, recién elegido Papa, se sintió desfallecer al ver que el Papa sacaba de su breviario la famosa carta. Al santo Pontífice no le había parecido mal; al contrario, le aseguró que había sido un bien: «Una lección de humildad es buena también para el Papa», comentó (E. Pucci, Don Orione, p. 71s.).
     
Sería largo enumerar los servicios que don Orione prestó a Pío X y las demostraciones de confianza y  afecto de Pío X para con don Orione. Después de esa audiencia se instauró entre el Santo Padre y el joven sacerdote tortonés un relación de confianza a prueba de bombas. Don Orione aceptó sin vacilar mínimamente las incumbencias, a menudo delicadas y difíciles, que le dio Pío X, como la de vicario general plenipotenciario de la diócesis de Messina en los cuatro turbulentos años que siguieron al terremoto de 1908, o la de continuar la acción del Pontífice respecto a los modernistas, a menudo severa en nombre de la verdad, pero siempre rebosante de caridad fraternal.
     
Por este acuerdo recto, leal y discreto, que se estableció entre los dos santos, don Orione se encontró en situaciones personales llenas de dificultades e incomprensiones. «¡Es un mártir!», dijo Pío X de don Orione al final del periodo pasado en Messina (Summarium, p. 524). Es significativo otro episodio de leyenda, pero verdadero y dramático. Llegó un momento en que la relación de don Orione con los modernistas que habían recibido censuras eclesiásticas infundió sospechas sobre su plena ortodoxia. Pío X quiso ocuparse personalmente de la cuestión. Lo convocó en audiencia sin motivo aparente, escrutó su rostro, escuchó con atención sus palabras. En un momento determinado le pidió que se arrodillara y rezase el Credo. «Estaban frente a frente el Supremo Pastor de la Iglesia, inquieto por su responsabilidad –refirió luego el escritor Tommaso Gallarati Scotti–, y don Orione, inocente, con la fe sencilla de su primera comunión, pero que llevaba las tribulaciones y las culpas nuestras». Terminado el rezo del Credo, tan devota e interiormente vivido, el rostro del Santo Padre parecía tranquilizado. Y despidió a don Orione diciéndole: «Vete, hijo, vete… No es verdad lo que dicen de ti» (Papasogli, p. 227).

    


 
     También con Benedicto XV don Orione tuvo muchos contactos personales. Del “Papa de la paz” secundó sobre todo el programa del universalismo más decidido de la obra misionera. Se da en estos años el valiente impulso misionero de la Pequeña Obra de la Divina Providencia por los caminos de América Latina, del Oriente Próximo árabe y de la Polonia cristiana mirando hacia Rusia. Él mismo estuvo en Brasil, Argentina y Uruguay en 1921 y 1922. Al saber de la voluntad del Pontífice sobre la Cuestión romana, escribió un valiente Llamamiento a los hombres de Estado para que dieran «con valor un paso adelante» al fin de llegar a la solución (Scritti, 90, p. 352). Benedicto XV le envió a don Orione, con motivo de sus 25 años de sacerdocio, un cáliz y una larga carta autógrafa, en la que le reconocía el mérito de haber «dedicado todos estos años no sólo para ti, sino para el bien común, con ventaja perenne de la Santa Iglesia» (Papasogli, p. 367).
     
La relación de don Orione con Pío XI fue aún más plena de audiencias, coloquios e informes sobre misiones confidenciales y delicadas, intensificadas por la confianza que lo unía al cardenal Pietro Gasparri, Secretario de Estado. Por ejemplo, sólo recientemente los archivos han dado a conocer el papel decisivo y discreto del santo tortonés para poner en claro la historia de san Pío de Pietrelcina. Al final de una difícil mediación de don Orione para evitar una iniciativa que podía menoscabar el prestigio de la Santa Sede, Pío XI no dudó en comentar en una audiencia: «Don Orione ha sudado sangre, pero ha dado consuelo al Papa» (Summarium, p. 894).
     
La razón unificante de muchos episodios y acciones que ven a don Orione al lado de Pío XI es la voluntad de favorecer el prestigio y la centralidad del papado, condición para que se afirme una auténtica catolicidad eclesial, fuerza de cohesión del universalismo, el único que habría podido valorizar el genio de los pueblos salvándolos de las crecientes tentaciones nacionalistas.
     
En este marco hay que ver las significativas y eficaces intervenciones de don Orione para desbloquear las negociaciones que llevaron a la Conciliación entre Estado e Iglesia en Italia en 1922. En la carta que escribió a Mussolini en 1923, le hacía comprender que la verdadera conciliación que había que buscar era la conciliación entre “romanidad ” y “universalidad” del papado que presuponían una autonomía y libertad también política (cf. Messaggi di don Orione, 107, pp. 27-45). Esta visión de la misión espiritual y civil del papado se expresaba, en aquellos años de acentuados y peligrosos nacionalismos, en un clarividente profetismo: «Veo venir los pueblos hacia Roma desde los cuatro vientos», escribía don Orione. «Veo el Oriente y el Occidente reunirse en la verdad y formar los días más hermosos de la Iglesia. Será una maravillosa reconstrucción, quizá la más grande de las épocas, la pax Christi in regno Christi» (Scritti, 86, p. 102).



     El cardenal Eugenio Pacelli había conocido a don Orione en 1934, durante el viaje en nave de Italia a Buenos Aires y en la sucesiva estancia en la capital argentina para las celebraciones del Congreso eucarístico internacional. Fue elegido papa, con el nombre de Pío XII, el 12 de marzo de 1939, un año exacto antes de la muerte de don Orione. Hubo tiempo sólo para un saludo, cargado de aprensión por los vientos de guerra que se desencadenaban. Fue casi un icono-testamento: don Orione al lado y “de rodillas” a los pies  del Papa. Era el 28 de octubre de 1939. El automóvil del Papa se detuvo en la vía Appia –la “Patagonia romana” que Pío X había confiado a los orioninos– volviendo de Castelgandolfo. Don Orione se acercó y se arrodilló al lado, rodeado de sus hermanos de congregación y de 1200 alumnos del Instituto San Felipe. El Papa se asomó. Don Orione le tomó la mano, la besó y se la puso sobre su cabeza agachada con gesto humilde, agradecido, creyente. Pío XII le dejó hacer y le bendijo amablemente (Papasogli, p. 494). Cuando, después de pocos meses, el 12 de marzo de 1940, don Orione murió, Pío XII le definió «padre de los pobres e insigne benefactor de la humanidad dolida y abandonada»  (Summarium, p. 86).
     
Podemos decir que don Orione estuvo al lado también de los últimos papas que se han sucedido en la cátedra de san Pedro, no sólo por la comunión que une la Iglesia, sino también por el recuerdo que los papas han tenido de él.
     
Juan XXIII contó en varias ocasiones su primer encuentro con don Orione cuando, al comenzar su servicio en la Santa Sede, en los años 20, fue invitado a que se aconsejara con él. Fue al Instituto San Felipe, fuera de la Puerta de San Juan. El portero del Instituto le dijo que don Orione estaba en el patio. En un rincón, un grupo de chicos jugaba con un sacerdote maduro en años. Este volvió la cabeza, se separó un momento de sus amigos y preguntó: «¿Busca a alguien, monseñor?». «Sí, quisiera hablar con don Orione», respondió monseñor Roncalli. «Don Orione soy yo. Espere unos minutos, termino el juego, me lavo las manos y estoy con usted». Estas palabras, dichas con tanta cortesía, con la mirada sonriente, impresionaron al joven prelado de entonces, que desde hacía poco estaba en Roma procedente de su Bérgamo natal y que por la noche escribió en su diario: «28 de marzo de 1921. Lunes de Pascua. Esta tarde visité con Monseñor Guerinoni la iglesia y las obras parroquiales de Todos los Santos, fuera de la Puerta de San Juan; conversé largamente con don Orione, del que puede decirse: contemptibilia mundi eligit Deus ut confundat fortia. Lo que en el mundo es necio, Dios lo ha elegido para confundir a los fuertes (1 Cor 1, 27)» (Messaggi di don Orione, 102, pp. 46-48). Esta estima y amistad no menguó nunca. A Douglas Hyde, un periodista inglés que le preguntaba sobre la cualidad sobresaliente en don Orione, el entonces patriarca Roncalli le respondió: «Don Orione era el hombre más caritativo que he conocido. Su caridad iba más allá de los límites normales. Estaba convencido de que se podía conquistar el mundo con el amor» (ibídem, p. 49).



     También Pablo VI gozó de la amistad y la colaboración de don Orione. Contó sus recuerdos durante una audiencia pontificia. «Hemos tenido el gusto extraordinario de conocerlo durante una visita a Génova», recordaba Pablo VI: «Habló con un candor tan sencillo, tan sobrio, pero tan sincero, tan cariñoso, tan espiritual que tocó también mi corazón, y quedé asombrado de la transparencia espiritual que emanaba este hombre tan sencillo y humilde» (Audiencia del 8 de febrero de 1978). Ese encuentro le dio al joven monseñor Montini, en los años treinta, la audacia de establecer una colaboración discreta y eficaz con don Orione para una actividad muy delicada y benemérita: la asistencia a los sacerdotes en dificultad –lapsi, como se les llamaba entonces– que había que socorrer y encaminar al bien (Messaggi di don Orione, 105, pp. 66-71). La estima y la devoción personal de Montini por don Orione continuaron hacia su Congregación, a la que ayudó generosamente sobre todo durante su episcopado en Milán.
     
Juan Pablo I y Juan Pablo II no conocieron a don Orione personalmente. El primero lo definió «el estratega de la caridad», mientras que el actual Pontífice pudo beatificarlo al comienzo de su pontificado y dos días después de la beatificación, recibiendo en audiencia particular a sacerdotes, religiosas y devotos orioninos, sorprendió a todos cuando confesó: «Pienso que este Papa venido de Polonia tiene también en el paraíso un nuevo Patrono que intercede por él, y que – en la luz del Reino al que pertenecemos y al que tendemos - sostiene su servicio, sus iniciativas y su debilidad humana en este puesto en el que la Divina Providencia ha querido ponerlo, al que ha querido llamarlo.Esta gran confianza mía en la intercesión del beato don Orione deseo proclamarla delante de todos vosotros que sois sus hijos e hijas espirituales, delante de todos vosotros que sois mis compatriotas» (Audiencia del 28 de octubre de 1980).
     
Estos recuerdos históricos de la excepcional solicitud de don Orione al lado de los papas nos ayudan a renovar nuestro amor, nuestra devoción y nuestra fidelidad al papa. Que resuene aún el apasionado mensaje de don Orione: «Nosotros tenemos que palpitar y hacer palpitar miles de corazones en torno al corazón del Papa. Le debemos llevar especialmente a los pequeños y a las clases de los humildes trabajadores, tan amenazadas, llevar al Papa a los pobres, los afligidos, los desheredados, que son los más amados por Cristo y los verdaderos tesoros de la Iglesia de Jesucristo. De los labios del Papa el pueblo oirá, no las palabras que excitan al odio de clase, a la destrucción y al exterminio, sino las palabras de vida eterna, las palabras de verdad, de justicia, de caridad: palabras de paz, de bondad, de concordia, que invitan a amarnos los unos a los otros, y a darnos la mano para caminar juntos hacia un futuro mejor, más cristiano y más civil» (Lettere, II, p. 490).